La Virgen Inmaculada llena todo el Adviento con su fidelidad y su esperanza. Ella es la Inmaculada Concepción que celebramos el día 8 de diciembre, la Madre del sí a la voluntad del Padre; y es también la Madre de la fe, que nos propone el Evangelio del IV domingo de Adviento, el día 23, cuando escucharemos: «¡Bienaventurada la que ha creído! porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá» (Lc 1,45). El Papa emérito Benedicto XVI comenta: «María es feliz porque tiene fe, porque ha creído, y en esta fe ha acogido en su seno al Verbo de Dios para entregarlo al mundo. La alegría que recibe de la Palabra se puede extender ahora a todos los que, en la fe, se dejan transformar por la Palabra de Dios» (Verbum Domini 124). La fe y el amor la llevan a la alegría.
En este tiempo de Adviento, encomendémonos a María Inmaculada para que nos ayude en la lucha contra el pecado y el mal, y nos lleve a Cristo, fuente de misericordia que mana siempre. El Papa Francisco recientemente nos ha insistido en acudir a María con la oración más antigua que conocemos dirigida a la Virgen, que reza: «Bajo tu amparo («Sub tuum praesidium«) nos acogemos, Santa Madre de Dios; no deseches las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita”. Esta bellísima oración fue encontrada en un papiro copto fechado hacia el año 250 y escrito en griego. ¡Cuántas generaciones de cristianos le hemos dirigido estas súplicas a nuestra Madre del cielo! El Papa Francisco quiere que las hagamos nuestras para encomendar la Iglesia a la Virgen María, en el combate contra el mal, y para dejarnos proteger por aquella que, llena de caridad, “se puso en camino de prisa hacia la montaña” (Lc 1,39) para visitar a Isabel que esperaba un hijo en su vejez.
En la Santísima Virgen María descubrimos los rasgos que las comunidades cristianas debemos aprender a ser y a vivir, comunidades que, como ella, fomenten la “ternura maternal” atendiendo a todos, y cuidándolos con calor humano y brazos abiertos y misericordiosos.
- Comunidades que proclamen con alegría la grandeza del amor de Dios.
- Comunidades que sepan decir a Dios que “sí”, aunque no sepan muy bien adónde les llevará su obediencia. Que no tengan respuestas para todo pero busquen con confianza el diálogo, el bien, la verdad y el amor.
- Comunidades humildes como María, siempre a la escucha de su Señor.
- Comunidades del “Magníficat”, que sepan agradecer y alabar, que sean contemplativas de la obra de Dios en nosotros y en el mundo.
- Comunidades de la verdad, conocedoras de que “a los ricos los despide vacíos”, y que busquen pan y dignidad para los pobres, que son los preferidos de Dios.
- Comunidades atentas al sufrimiento y las necesidades de las personas, que como María, acudan con decisión en su ayuda.
- Comunidades que anuncien la hora de la mujer y promuevan su dignidad con responsabilidad; y que acojan a los jóvenes con su manera de ser.
¡Santa María, Madre de la Iglesia, Madre del Adviento, ayúdanos a preparar la Navidad con renovación espiritual y compromiso de servicio!
{«image_intro»:»»,»float_intro»:»»,»image_intro_alt»:»»,»image_intro_caption»:»»,»image_fulltext»:»»,»float_fulltext»:»»,»image_fulltext_alt»:»»,»image_fulltext_caption»:»»}