Aprender a hacer vacaciones

Estos días hemos iniciado el verano y acabamos el curso de las actividades más habituales durante el año. El día es más largo, la naturaleza está bellísima, todo parece que nos reclame qué descanso podremos hacer, o qué cambios de actividades, qué haremos en las vacaciones (¡si tenemos!) o cómo repartiremos los días, qué podrán hacer los más jóvenes y los más pequeños de la familia, cómo atenderemos a las personas mayores… Hacemos proyectos y tenemos ilusiones. Y eso es bueno. Pero hay que aprender a hacer vacaciones.

Final de curso es momento oportuno para dar gracias por lo que hemos vivido a lo largo de estos meses, para descubrir la mano de Dios que nos ha ido acompañando en la peregrinación de la vida. Y es bueno encontrar algún momento para revisar cómo hemos actuado y cómo hemos preparado las cosas, cómo hemos sabido aprovechar las experiencias y los momentos buenos de la vida vivida, que ya no volverán. Siempre hay cosas que no haríamos igual, equivocaciones y hasta pecados que debemos corregir, pedir perdón y hacer los cambios o mejoras que entendemos que hay que hacer. Y sobre todo nos conviene mejorar en lo que sea importante para nosotros, casi siempre una mayor y más confiada relación con el Señor, así como una más intensa vida de familia y de comunidad, de las relaciones en el trabajo, en el pueblo o ciudad, la solidaridad con los demás y el cuidado de las cosas que consideramos importantes para nosotros, más allá de la salud y el ocio.

En bastantes lugares de nuestra Diócesis, estos próximos meses acogeremos muchos antiguos vecinos y feligreses de los pueblos, que volverán por vacaciones o, sobre todo, acogeremos muchos turistas que vienen a disfrutar de nuestras montañas, de las tradiciones y de la belleza de nuestro arte y de las iglesias, sobre todo. Igualmente muchos vendrán para unos días de colonias, campamentos o actividades de ocio en grupos o en familia. Tendremos nuevas oportunidades de vivir lo que el Papa Francisco llama «la cultura del encuentro», en lugar de la cultura del «descarte», no evaluando las personas por su éxito o en función del poder que consiguen o de lo que tienen, sino por lo que vale cada uno a los ojos de Dios. Y esto nos lleva a la solidaridad y al amor. Este verano, y todo el año, seamos en todas partes imágenes coherentes y testigos de Cristo, que ama y da su vida por las ovejas, y tengamos siempre el anhelo de amar como ama el Sagrado Corazón de Jesús.

¡Buen verano a todos! Que sea tiempo aprovechado. Para descansar y para servir. Para vivir más en familia y abrirnos a gente nueva. Para reflexionar, leer, orar más relajadamente y repasar las actividades que hemos vivido y que viviremos en otoño. Hay que encontrar tiempo para cada miembro de la familia y regalar tiempo a los amigos. Tiempo para el deporte, el paseo y el contacto con la naturaleza. Recordemos, sin embargo, que «No duerme ni reposa el guardián de Israel. El Señor te guarda a su sombra, está a tu derecha. El Señor te guarda de todo mal, él guarda tu alma. El Señor guarda tus pasos, ahora y por siempre», dice el salmista (Sal 121,4-8). De alguna manera, «no hay vacaciones» de ser cristiano, de ser persona auténtica. Siempre hay que velar, “estar preparados», como dicen los scouts. Sin angustia por todo lo que siempre queda por hacer, pero aprendiendo a descansar. El Señor lo hacía con los apóstoles, y les enseñaba a orar y a estar más largamente con el Padre del cielo. ¡Buen final de curso y buenos días de descanso o al menos de cambio en las dedicaciones!

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