«Señor, enséñanos a orar»

«Coraje y paciencia», dice el Papa Francisco que son características esenciales de la oración cristiana. Y pide «que el Señor nos dé la gracia de orar ante Dios con libertad, como hijos; de orar con insistencia; de orar con paciencia. Pero sobre todo, de orar sabiendo que yo hablo con mi Padre, y que mi Padre me escuchará». Quizás en este verano, durante el tiempo más acompasado del ritmo de vacaciones o de menos actividades, hemos hecho experiencia del silencio, la lectura de la Palabra de Dios, de la Eucaristía celebrada con paz, sin prisas… de rezar más, en una palabra. Es necesario que esto tenga continuidad. La oración nos mantendrá abiertos al don de Dios, y nos hará reconocer la voz del Señor que da la fuerza para tomar decisiones y para mantener el rumbo de fidelidad al Padre, como servidores de Cristo y de los hermanos.

Hemos de orar conducidos por el Espíritu Santo. Él es el Maestro interior. Orar sin desfallecer. Orar unidos. Orar con abandono y amor. Orar con toda la confianza que podamos. Orar en el nombre de Jesús. Orar unidos a María, la Madre de la Iglesia. Orar por los méritos de los justos. Orar para que los campos lleguen servidores generosos. Orar por obediencia al mandato de Jesús. Orar con voces silenciosas. Orar sabiendo que es amada nuestra oración. Orar con paciencia perseverante. Orar intercediendo por quienes amamos. Orar con la certeza de que somos escuchados. Orar porque la oración aguanta el mundo. Orar para vencer el miedo. Orar para que los niños y los jóvenes escuchen la voz de Dios. Orar para que los ancianos y los enfermos no desfallezcan. Orar por los difuntos. Orar para obtener misericordia. Orar para convertirse en maestros de oración. Orar por dejarse llevar por el Espíritu Santo… Orar, simplemente porque Jesús lo hacía y nos lo enseñó.

Debemos ser humildes y reconocer que necesitamos aprender a orar desde la riqueza de nuestra tradición cristiana, sin caer en la tentación de las innovaciones por las innovaciones, o de lanzarnos a asumir formas extrañas, sin profundizar antes en nuestra tradición cristiana, que aprende de Jesús el Maestro, en la buena tradición de la Iglesia. Necesitamos entrar en la escuela de la oración: unidos al Señor, en su Iglesia, con la Sagrada Escritura leída y pensada, sobre todo los Evangelios; con la liturgia celebrada, con la Eucaristía y la liturgia de las horas, que acompasa el ritmo de la vida; con la adoración del Señor; con la sencillez de la oración vocal como el Santo Rosario, con las devociones populares que también nos ayudan tanto; con jaculatorias… Debemos hacernos todos discípulos en la escuela de oración del Señor e irle diciendo: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). Él no decepciona a nadie. También nuestra Madre celestial, la Virgen María, será nuestra Maestra de oración, Ella que como nadie, acogió la Palabra y la hizo nacer en su seno virginal, y con oración, recibió el Espíritu de Pentecostés con los Apóstoles.

Abrámonos a la acción siempre misteriosa y siempre sorprendente del Espíritu Santo que ora en nosotros y da eficacia a nuestras súplicas. Y tomemos conciencia de que somos pobres y que sin la ayuda de Dios, no podríamos hacer nada (cf. Jn 15,5).

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