Respetar los derechos de los refugiados y emigrantes

Este verano hemos vivido con mucha preocupación la suerte de varios barcos sobrecargados de personas buscando refugio, que en medio del Mar Mediterráneo les habían recogido cuando iban a la deriva -como obligan los tratados de mar-, y que buscaban refugio en países europeos vecinos, en la Europa que presume de ser cuna de los derechos humanos. Después de muchas negociaciones se acabó encontrando una solución que diera respuesta al clamor de muchas asociaciones y de tantos y tantos ciudadanos europeos que querían y que quieren acoger estos refugiados con brazos abiertos, porque son personas que huyen de situaciones de injusticia y que buscan un futuro mejor. No nos podemos cerrar en el egoísmo. La Biblia en su ley reclama: «Cuando un inmigrante venga a instalarse en vuestro país, no lo oprimiréis. Al contrario, será para vosotros como un nativo, como uno de vosotros. Lo amarás como a ti mismo, porque emigrantes fuisteis en Egipto» (Lv 19,33-34). Un texto que Jesús recogió para unir en un único mandamiento el amor a Dios y el amor al próximo, como a ti mismo.

Reivindicar el derecho de asilo, fomentar la acogida y generar actitudes solidarias hacia los refugiados que escapan de la violencia, es un deber insoslayable por parte de los países europeos, y los cristianos encontramos una concreción insoslayable del amor y la compasión que Jesús reclama de sus amigos. Nos lo han recordado recientemente las organizaciones católicas que integran en España la red «Migrantes con Derechos» -caritas, CONFER, Justicia y Paz, y la Comisión Episcopal de Migraciones de la CEE- que denunciaron la falta de iniciativa de muchos gobiernos para las personas rescatadas a bordo de los barcos de socorro (como por ejemplo «Open Arms») pudieran ser auxiliadas y dirigidas a puerto seguro, para luego ser acogidas en países europeos que al final los terminan necesitando, ya que Europa envejece rápidamente y peligrosamente.

Estas organizaciones, en su Comunicado «Migrantes con Derechos», valoraban que gracias a la labor de estos abanderados del mar, miles de emigrantes y refugiados pueden ser atendidos, acompañados y reconocidos en su dignidad y sus derechos. «Cada vida cuenta -decían-, cada ser humano es insustituible y es un proyecto de futuro. Es una cuestión de humanidad que ni una sola de estas vidas se vea truncada. Es también un deber ético de la Unión Europea y de sus Estados miembros arbitrar respuestas eficaces y respetuosas con los derechos humanos ante estas situaciones. La falta de respuesta supone un incumplimiento flagrante de los Acuerdos internacionales y una gravísima responsabilidad por omisión, ante las muertes que se puedan llegar a producir en el presente y en el futuro». E instaban a los poderes públicos a arbitrar una solución a las situaciones de grave desamparo que se están viviendo en el Mediterráneo y a liderar el coraje político necesario para conceder la protección urgente que necesitan.

El Papa Francisco en su mensaje para la próxima Jornada Mundial del Migrante y el Refugiado, que se celebrará el 29 de septiembre, recuerda que «la respuesta al desafío planteado por las migraciones contemporáneas se puede resumir en cuatro verbos: acoger, proteger, promover e integrar, que expresan la misión de la Iglesia en relación a todos los habitantes de las periferias existenciales». Inspirados por la compasión, la visión de futuro y la valentía, debemos avanzar en la construcción de la paz, derrotando la indiferencia.

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