Jornada de “Germanor” de la Iglesia Diocesana

c La Iglesia es una gran familia, o como se ha dicho «una familia de familias»: «Edificad una Iglesia que sea familia de familias», proponía el Papa Francisco en 2017. En esta familia eclesial cada uno tiene una misión, un lugar y una responsabilidad, ya que «contigo, con todos, somos una gran familia». Como toda familia, necesitamos ser corresponsables económicamente y necesitamos recursos, pero no para acumularlos sino sólo los necesarios y para ponerlos al servicio de la misión recibida del mismo Jesús. Y la misión que ha sido encomendada a la Iglesia por Jesucristo se desarrolla en cuatro ámbitos (canon 1254,2): a) dar culto a Dios, pudiendo orar públicamente y celebrar los sacramentos, con lugares de culto y medios materiales; b) sostener a los ministros y agentes pastorales; c) poder llevar a cabo la predicación del Evangelio y la formación en la fe; y d) ayudar con obras de caridad, especialmente a los más pobres y necesitados. A esta misión, lógicamente corresponde la obligación de todo fiel cristiano de colaborar económicamente en el sostenimiento de la Iglesia.

Es cierto que la Iglesia recibe ayudas de personas privadas y también del Estado, como tantas otras instituciones que prestan servicios y ayudan a la sociedad. Pero la parte más significativa de lo que se recibe es lo que recauda el Estado de aquellos que voluntariamente marcan su «x» en la declaración de la renta, haciendo que una parte de lo que pagarán como impuestos, vaya destinado a su comunidad religiosa, y si lo desean, y se recomienda hacerlo, también pueden marcar otra «x» en la casilla de lo que se quiere destinar a fines sociales.

Deberíamos poder ofrecer el mensaje convincente de que la Iglesia Católica ahorra al Estado y a la sociedad más de lo que la sociedad la ayuda para su mantenimiento; y le ahorra inmensos gastos en diversos campos como salud, educación, voluntariado, tiempo libre, y sacando adelante instituciones deficitarias como residencias, hospitales, etc. Son muchas las actividades con repercusión claramente social que la Iglesia y sus instituciones están gestionando en el presente de nuestro país. Y podemos pensar en los misioneros, las ayudas solidarias, las instituciones de presencia en los países más empobrecidos, demostrando a lo largo de los siglos una gran capacidad de solidaridad.

Tengamos confianza, valoremos lo que ya se está haciendo, eliminemos complejos en nuestra relación con la sociedad y ayudemos a que los poderes públicos y la sociedad en general consideren la acción social de la Iglesia como una aportación eficaz a la hora de construir una sociedad justa y participativa. Será bueno trabajar unidos con tantas otras instituciones no eclesiales que también valoran y promueven la solidaridad y el compromiso social.

Y si reflexionamos en concreto sobre la necesidad que la Iglesia tiene de medios económicos para cumplir sus fines, también todos encontraremos una responsabilidad, que se convierte en «corresponsabilidad» con los hermanos. ¡Dios nos quiere humildes y generosos!

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