III Jornada Mundial de los Pobres

A través de un conmovedor Mensaje para la IIIª Jornada Mundial de los Pobres, que os resumo, el Papa Francisco nos reclama reflexión y oración. Lo titula con las palabras del salmista «la esperanza de los pobres nunca se frustrará» (Sal 9,19), que expresan una verdad profunda que quiere devolver la esperanza perdida a causa de la injusticia, el sufrimiento y la precariedad de la vida. Describe las nuevas esclavitudes a las que están sometidos millones de personas. Familias que se ven obligadas a abandonar su tierra; huérfanos a causa de la explotación a los padres; jóvenes en busca de una realización profesional; víctimas de tantas formas de violencia, desde la prostitución hasta las drogas; millones de inmigrantes víctimas de tantos intereses ocultos. Y las personas marginadas y sin hogar que deambulan por las calles. El Papa es hoy la voz que denuncia que los pobres son tratados como desperdicios de la humanidad, o son vistos como una amenaza o gente incapaz, sólo porque son pobres.

En cambio, si atendemos a la Escritura, el pobre es aquel que confía en el Señor, porque tiene la certeza de que nunca será abandonado. Y Dios no es indiferente o silencioso ante su oración. Hace justicia y no se olvida; es para él un refugio y no deja de ayudarle. El Papa remarca que ante la multitud innumerable de indigentes, «Jesús no tuvo miedo de identificarse con cada uno de ellos: «Cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). Huir de esta identificación equivale a falsificar el Evangelio y atenuar la revelación. El Dios que Jesús revela es éste: un Padre generoso, misericordioso, inagotable en su bondad y gracia, que ofrece esperanza sobre todo a los que están desilusionados y privados de futuro». Estas palabras y las Bienaventuranzas son un programa que la comunidad cristiana no puede subestimarse. De ello depende que sea creíble nuestro anuncio y el testimonio de los cristianos.

La Iglesia, siendo cercana a los pobres, se reconoce como un pueblo grande cuya vocación consiste en no dejar que nadie se sienta extraño o excluido, porque implica a todos en un camino común de salvación. La promoción de los pobres, también en lo social, no es un compromiso externo al anuncio del Evangelio, sino que pone de manifiesto el realismo de la fe cristiana y su validez histórica. La opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y rechaza (cf. EG 195) es una opción prioritaria que los discípulos de Cristo están llamados a realizar para no traicionar la credibilidad de la Iglesia y dar esperanza efectiva a tantas personas indefensas. En ellas, la caridad cristiana encuentra su verificación, porque quien se compadece de sus sufrimientos, con el amor de Cristo, recibe fuerza y ​​confiere vigor al anuncio del Evangelio.

Además de ayudar a los pobres, se trata de ser testigos de la esperanza cristiana en el contexto de una cultura consumista y de descarte, orientada a aumentar el bienestar superficial y efímero. Es necesario un cambio de mentalidad para redescubrir lo esencial y dar cuerpo y efectividad al anuncio del Reino de Dios. Nos empuja hacia un compromiso de amor gratuito, mantenido, que comunique esperanza. Y concluye el Papa que «los pobres necesitan nuestras manos para reincorporarse, nuestros corazones para sentir de nuevo el calor del afecto, nuestra presencia para superar la soledad. Sencillamente, ellos necesitan amor». ¡No los defraudemos!

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