Con el primer domingo de Adviento comienza el año litúrgico. Un tiempo de cuatro domingos antes de Navidad que culmina con la noche de Navidad. Tiempo de esperanza y de preparación.
El día en que Cristo se hizo hombre para redimir el mundo cambió el curso de la historia. La salvación del pecado y del mal no era una teoría, un sueño, una idea sino una persona que, llegando a nosotros de parte de Dios, cambiaba el curso sin salida de la historia y nos abría una esperanza eterna. La Iglesia participa y actualiza la larga preparación de aquel acontecimiento de salvación con este tiempo específico de preparación a la Navidad. Santo Tomás de Aquino lo explica acertadamente: «Jesucristo, tomando un cuerpo y un alma humana y naciendo de una Virgen, para poder darnos su Divinidad, se hizo Hombre para que el hombre se hiciera Dios». Y en el Catecismo podemos leer: «Al celebrar anualmente la liturgia de Adviento, la Iglesia actualiza esta espera del Mesías: participando en la larga preparación de la primera venida del Salvador» (Catecismo 524). Es lo que profesamos en el Credo: «Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin». Durante el Adviento nos preparamos para la venida de Cristo en la Navidad, ciertamente, pero también recordamos que Cristo prometió que volvería: «Volveré y os llevaré conmigo» (Jn 14,3). El Adviento es un tiempo de espera para esta segunda venida, así como un reconocimiento de que seremos juzgados por Cristo por nuestras acciones y decisiones. Por esta razón el Adviento también es un tiempo de conversión y arrepentimiento, que nos ha de conducir a la esperanza y la alegría por la venida de Cristo. El Evangelio de este domingo nos aconseja: «Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor… Estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre» (Mt 24,42.44).
El Santo Padre Francisco nos decía hace un año que el Adviento «es oportuno para abrir nuestros corazones, para hacernos preguntas concretas sobre cómo y por quién gastamos nuestras vidas. Se trata de levantarse y orar, de volver nuestros pensamientos y nuestros corazones a Jesús que está por venir».
Hay muchas maneras prácticas de entrar en el Adviento. Los tiempos litúrgicos son también para nuestro beneficio espiritual. El Adviento, que es tiempo de expectación, vigilancia, conversión y alegría, lo podemos concretar en una oración más intensa; una moderación en la comida y el tiempo de televisión o de deporte, para tener tiempo de estar más con la familia y los amigos; podemos comprar sólo lo necesario y no lo superfluo; deberíamos saber compartir con tanta gente herida que necesita sentir y recibir nuestro amor; y buscar una acción solidaria, de compartir con los hermanos, con todo el mundo. Se trata de prepararse a vivir más plenamente la alegría y la gracia que recibimos en Navidad, orando y pensando más en la Virgen María cuyo sí confiado a Dios, hizo posible la Encarnación y la salvación de la humanidad.
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