La vida es un don, la eutanasia un fracaso

Así se titula una Nota del Episcopado español ante la tramitación y aprobación el 17 de diciembre de 2020 de la «Ley Orgánica de regulación de la eutanasia» que hay que llamar de eutanasia activa. La Ley se ha aprobado en el Congreso, sin debate público y sin escuchar a los expertos. Se quiere correr. Ahora está en el Senado siguiendo los trámites parlamentarios. Os resumo lo más fundamental de la Nota de los Obispos (10.12.2020).

La tramitación se ha realizado de manera sospechosamente acelerada, en tiempos de pandemia y estado de alarma, sin escucha ni diálogo público. El hecho es especialmente grave, ya que instaura una ruptura moral; un cambio en los fines del Estado: de defender la vida a ser responsable de la muerte infringida; y también de la profesión médica, «llamada en lo posible a curar o al menos aliviar, en cualquier caso a consolar, y nunca a provocar intencionadamente la muerte». Es una propuesta que hace juego con la visión antropológica y cultural de los sistemas de poder dominantes en el mundo.

La Congregación para la Doctrina de la Fe, con la aprobación expresa del Papa Francisco, publicó la Carta Samaritanus bonus (22.9.2020) sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida. El texto está en este enlace. Esta Carta ilumina la reflexión y el juicio moral sobre este tipo de legislaciones. También la Conferencia, con el documento «Sembradores de esperanza. Acoger, proteger y acompañar en la etapa final de esta vida«, ofrece unas pautas clarificadoras sobre la cuestión. Se deben promover los cuidados paliativos, que ayudan a vivir la enfermedad grave sin dolor, y el acompañamiento integral, por tanto también espiritual, a los enfermos y a sus familias. Este cuidado integral alivia el dolor, consuela y ofrece la esperanza que surge de la fe y da sentido a toda la vida humana, incluso en el sufrimiento y la vulnerabilidad.

La pandemia ha puesto de manifiesto la fragilidad de la vida y ha suscitado solicitud por los cuidados, a la vez que indignación por el hecho de descartar la atención a personas mayores. Ha crecido la conciencia de que acabar con la vida no puede ser la solución para abordar un problema humano. Hemos agradecido el trabajo de los sanitarios y el valor de nuestra sanidad pública, reclamando incluso una mejora y una atención presupuestaria mayor. La muerte provocada no puede ser un atajo que nos permita ahorrar recursos humanos y económicos en los cuidados paliativos y el acompañamiento integral. Por el contrario, frente a la muerte como solución, hay que invertir en los cuidados y la cercanía que todos necesitamos en la etapa final de esta vida. Esta es la verdadera compasión.

La experiencia de los pocos países donde se ha legalizado (6) nos dice que la eutanasia incita a la muerte de los más débiles. Al otorgar este supuesto derecho, la persona, que se experimenta como una carga para la familia y un peso social, se siente condicionada a pedir la muerte cuando una ley la presiona en esta dirección. La falta de cuidados paliativos es también una expresión de desigualdad social. El Papa Francisco dijo: «La eutanasia y el suicidio asistido son una derrota para todos». La respuesta es no abandonar nunca a los que sufren, sino cuidar y amar. La respuesta debe ser la oración, el cuidado y el testimonio público que favorezcan un compromiso personal e institucional a favor de la vida, los cuidados y una genuina buena muerte en compañía y esperanza.

Finalmente, los Obispos piden a los que tienen responsabilidad en la toma de estas graves decisiones que actúen en conciencia, según la verdad y la justicia. Reflexionemos y actuemos en conciencia.

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