En su homilía, Mons. Vives animó a vivir la Cuaresma con los 3 grandes instrumentos que la Iglesia nos propone: la oración, el ayuno y la limosna. La ceniza sobre la cabeza nos recuerda que somos polvo y que en el polvo volveremos, y que debemos convertirnos y creer más en el Evangelio. Pero sobre este polvo, nuestro Dios ha infundido su Espíritu de vida.
El ayuno vivido como experiencia de privación y solidaridad, vivido con sencillez de corazón, lleva a descubrir de nuevo el don de Dios y a comprender que somos débiles criaturas que, a su imagen y semejanza, encuentran en Él su destino. La Cuaresma es una peregrinación que implica toda nuestra vida, todo lo que somos. Es el tiempo para verificar los caminos que estamos recorriendo, para volver a encontrar el camino de regreso a casa, y redescubrir el vínculo fundamental con Dios, del que depende todo. El Padre que nos llama a volver al hogar de los hijos, es el que sale de casa para venir misericordioso a abrazarnos; el Señor que nos cura es Aquel que se dejó herir en la Cruz; el Espíritu que nos hace cambiar de vida es Aquel que sopla con fuerza y dulzura sobre nuestro barro. El sacramento de la reconciliación es un instrumento privilegiado para volver a Dios y el Arzobispo animó a celebrarlo personalmente durante esta Cuaresma.
La celebración, que se llevó a cabo en todas las parroquias de la diócesis, reunió a muchos fieles.
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