Ermengol, cultivado en la oración y la lectura de la Palabra de Dios en la escuela catedralicia, cerca de su tío y predecesor, el obispo Sala (981-1010), nos enseña a amar del todo a Jesucristo, y esta es la clave de su santidad y de su amor a las realidades eternas. Para dar culto a Dios todopoderoso, llevó a cabo la construcción de la Catedral de Santa María de Urgell, que consagraría su sucesor Eribau en 1040, y esto reaviva nuestro amor por la belleza de la liturgia eclesial, cielo abierto a la gracia divina. Él era hijo de los vizcondes de Conflent, pero se hizo servidor de todos y siempre cercano a los más pobres y humildes, a quienes siempre defendió y protegió, especialmente con la institución de pau i treva (paz y tregua), uniendo esfuerzos con su contemporáneo el abad-obispo Oliba de Ripoll-Vic. Puso mucho esmero en difundir el don del milagro eucarístico de la Santa Duda de Ivorra, para que la fe se fortaleciera entre los fieles y para estimular el amor a la Eucaristía, que es la realidad más importante de nuestra vida y acción apostólica. Ermengol nos enseña a ser luchadores valientes contra los enemigos espirituales de la fe, él que defendió de los enemigos temporales a sus fieles, como en Guissona. Peregrinó a Santiago de Compostela y a Roma, y nos muestra que siempre somos peregrinos en todos los caminos, y acompañantes de todos los hombres, nuestros hermanos, para anunciarles la fe cristiana. Con sus bienes hizo posible que los sacerdotes llevaran vida en común, instituyendo una comunidad de canónigos, para mostrar la dimensión comunitaria de la fe y del ministerio sacerdotal. Y dedicó mucho esfuerzo por construir puentes materiales en las montañas y ríos para que entendiéramos que debemos trabajar generosamente para construir puentes de amor y de comprensión que acerquen a las personas y a los pueblos, y ofrecer la vida si nos es reclamada, siempre por el entendimiento y la reconciliación. Él mismo murió "martirialmente", cuando cayó en Pont de Bar mientras construía un puente sobre el río Segre. Es abogado para la lluvia, y así indica que es necesario ayudar a los hermanos para que busquen y puedan encontrar la lluvia de gracia divina, que les hará felices en Cristo.
En tiempos de nueva evangelización, nos conviene aprender de los santos que nos han precedido. Son brújula que orienta la renovación hacia lo esencial que es el amor a Dios y el amor al prójimo. En ello se resume toda la vida cristiana. ¡Que san Ermengol interceda por todos nosotros!