Forjar un “nosotros” con los emigrantes y refugiados
El nosotros querido por Dios constatamos que está roto y fragmentado, herido y desfigurado, tanto en el mundo como dentro de la Iglesia. Y el precio más elevado lo pagan quienes más fácilmente pueden convertirse en los otros: los extranjeros, los migrantes, los marginados, los que habitan las periferias existenciales. En realidad, todos vamos en la misma barca y estamos llamados a comprometernos para que no haya más muros que nos separen, que no haya más otros, sino sólo un nosotros, grande como toda la humanidad.
La catolicidad de la Iglesia, su universalidad, es una realidad que pide ser acogida y vivida en cada época, según la voluntad y la gracia del Señor. Su Espíritu nos hace capaces de abrazar a todos para crear comunión en la diversidad, armonizando las diferencias sin nunca imponer una uniformidad que despersonaliza. En el encuentro con la diversidad de los extranjeros, de los migrantes, de los refugiados y en el diálogo intercultural que puede surgir, se nos da la oportunidad de crecer como Iglesia, de enriquecernos mutuamente. Los bautizados son miembros de pleno derecho de la comunidad eclesial local, miembros de la única Iglesia, residente en la única casa, componente de la única familia. Esto nos obliga a ser más inclusivos.
Estamos ante una nueva “frontera” misionera, ocasión privilegiada para anunciar a Cristo y su Evangelio, de dar un testimonio concreto de la fe cristiana en la caridad y en el profundo respeto por otras expresiones religiosas. “El encuentro con los migrantes y refugiados de otras confesiones y religiones –afirma el Papa- es un terreno fértil para el desarrollo de un diálogo ecuménico e interreligioso sincero y enriquecedor” (Discurso, 22.9.2017).
El futuro de nuestras sociedades es un futuro enriquecido por la diversidad y las relaciones interculturales. Por eso debemos aprender hoy a vivir juntos, en armonía y paz, y esforzarnos por derribar los muros que nos separan y construir puentes que favorezcan la cultura del encuentro. En esta perspectiva, las migraciones contemporáneas nos brindan la oportunidad de superar nuestros miedos para dejarnos enriquecer por la diversidad del don de cada uno, y construir así la casa común con un cuidado adecuado, desde la firme convicción de que el bien que hagamos al mundo lo hacemos a las generaciones presentes y futuras.