Navidad, fiesta de la ternura de Dios

Por amor, Dios nos ha destinado por medio de Jesucristo, 
según el beneplácito de su voluntad, 
a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, 
que tan generosamente nos ha concedido en el Amado“ 
(Efesios 1,5-6)

 

¡Os deseo Santas fiestas de Navidad, 
Año Nuevo y Epifanía! 
Dios está en medio de nosotros 
y nos regala la ternura del Padre, 
la paz y la misericordia, 
para que también nosotros seamos 
gente de paz y portadores de reconciliación. 
La luz de Jesús 
es nuestra guía en el camino. 
Dejémonos iluminar por esta luz que viene de lo alto, 
e irradiémosla a nuestro alrededor. 
Entre todos, debemos hacer posible una cultura del encuentro 
y del cuidado del otro, 
que son signos de la cultura del amor 
que Jesús nos enseña des de Belén y Nazaret. 

¡Santa Navidad!
Fragmento del retablo del s. XVIII de St. Martí de La Cortinada (Ordino – Principado de Andorra)

¡Llega el Señor, nuestra esperanza!

La pandemia nos hace vivir días de incertidumbre, días grises, y parece que todo el mundo necesita reencontrar la esperanza, una esperanza elevada y grande, que no se conforme con las cosas materiales, que distraen tanto, o con la salud, o con las fruiciones de los sentidos, que enseguida se esfuman... ¿Qué puede dar sentido y esperanza a la humanidad? Algunos lo buscan en el progreso de la medicina o de las relaciones de solidaridad, en el dar pasos adelante en el respeto y promoción de los derechos humanos y de las libertades... Seguro que este abanico de necesidades humanas solucionadas son tejido de la esperanza. Pero si somos sinceros, ¿esto nos basta? ¿qué puede calmar la sed profunda de mayor realización como personas, de justicia justa, de mayor fraternidad y amor mutuo, y sobre todo, de vida para siempre?

“El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande”, nos anunciará el profeta Isaías (9,1) la próxima Nochebuena. La esperanza es un don que viene de Dios, es la certeza de que Dios no abandona a la humanidad, y le pide que abandone la comodidad, los propios intereses, y abra su corazón a los demás, al Amor. Jesús, nacido en Belén, es nuestra esperanza. Dios mismo se ha decidido a “encarnarse”, hacerse hombre, al igual que nosotros, salvo en el pecado, tomando sobre sí toda la maldad del mundo para vencerla y poner la luz de la esperanza auténtica.

Dios en Jesús ha querido "necesitar" de nosotros; se ha hecho débil y pequeño, humilde y servicial hasta dar su vida en rescate por todos... Si celebramos su nacimiento es porque nos ha salvado, dando su vida por amor en la cruz, y resucitando para abrirnos las puertas de la eternidad. Cristo ha santificado y llenado de Espíritu Santo nuestra humanidad. Y es que Dios ha querido necesitar de personas a las que amar, a las que perdonar todas las culpas, para lanzarlos a una gran esperanza, a una vida sin fin, vida eterna de alegría y de amor, a existir para siempre en Él.

La Navidad ya está a las puertas, y en estos días no podemos olvidar a los pobres y a quienes están más solos. Cáritas diocesana nos lo recuerda un año más. Brota casi espontáneamente en todo corazón limpio, el deseo de compartir, de hacer que nuestra fiesta de Navidad se derrame con amor de obras y con generosidad en todos los necesitados que nos rodean. Debemos hacer que este deseo se concrete en obras de solidaridad y de amor a las personas necesitadas que viven cerca y a las que están lejos, pero que sufren graves carencias en este año que termina. En el belén, en pequeño, podemos contemplar la gran obra de Dios, lo que Él ha hecho por ti y por mí, y por todos... Y, aún más, podemos contemplar “cómo” lo ha hecho: desde la parte de los débiles y pobres, desde el amor que todo lo da y que atrae a darlo todo, con perfecta alegría y desprendimiento. Propongámonos que esta Navidad y siempre, vayamos realizando y difundiendo lo que podríamos llamar una “cultura de la solidaridad". Hay que hacer que el amor triunfe por encima de los egoísmos, y que compartir se convierta en un valor social querido y puesto en práctica. Os animo, y me animo a mí mismo, al servicio solidario en nombre del Señor. ¡Apresurémonos a preparar bien estas fiestas de Navidad y atrevámonos a amar como Cristo, que es nuestra esperanza! ¡Feliz Navidad ya cercana!

Dios nos visita en la pandemia

Si algo ha demostrado la terrible crisis del coronavirus que venimos sufriendo desde hace ya casi dos años, es que muchas de las cosas realmente importantes de la vida se nos habían quedado olvidadas. Y esta pandemia, a todos nos ha hecho reflexionar, y a muchos creyentes nos ha devuelto ese deseo de sentir con mayor intensidad la cercanía de Dios. En la preparación de la Navidad, cuando redescubrimos el “pesebre” y nos disponemos espiritualmente al Nacimiento del Dios que se hace realmente hombre, debemos recordar que Dios, como nos proclama el Cántico del Benedictus (Lc 1,68-71), “ha visitado y redimido a su pueblo, suscitándonos una fuerza de salvación en la casa de David, su siervo (…) Es la salvación que nos libra de nuestros enemigos y de la mano de todos los que nos odian”

Debemos creer y esperar que en medio del silencio y el dolor, como en el desierto que florece, según la bella expresión del profeta Isaías, ya está creciendo un don impredecible, desbordando nuestras expectativas y las previsiones de los sabios, puesto que es Dios mismo en persona, quien nos visita y se hace uno como nosotros. En la historia de la humanidad, de nuevo ahora es tiempo de silencio servicial y expectante.

Me ha interesado el libro “Dios en la pandemia”, en el que seis grandes teólogos y expertos en atención sanitaria reflexionan sobre sus propias experiencias personales y aprendizajes interiores sobre la presencia, ayuda y fortaleza de Dios durante estos tiempos de pandemia que han sido y son tan difíciles. El Papa Francisco, en el prólogo, contextualiza el papel de la fe durante la pandemia como motor de la esperanza y de la solidaridad. “La crisis es una señal de alarma –dice el Papa-, que nos hace considerar con detenimiento dónde se hallan las raíces más hondas que nos sostienen en medio de la tormenta. Nos recuerda que hemos olvidado y postergado algunas cosas importantes de la vida y hace que nos preguntemos qué es realmente importante y necesario, y qué tiene solo importancia menor o incluso meramente superficial”. Es tiempo de prueba y de decisión para reorientar de nuevo nuestra vida hacia Dios como apoyo y meta nuestra. Especialmente en situaciones de emergencia, dependemos de la solidaridad de los que nos rodean, y descubrimos que es necesario poner nuestra vida al servicio de los demás de un modo nuevo.

Preparar y vivir la Navidad en tiempos de crisis sanitaria, debe concienciarnos de la injusticia global y despertarnos para escuchar el clamor de los pobres y de nuestro planeta, gravemente enfermo. Celebremos la Navidad, acogiendo el mensaje de la victoria de la vida sobre la muerte. No debemos dejarnos paralizar por la pandemia. Navidad nos proporciona esperanza, confianza y ánimo, y nos fortalece en la solidaridad; nos habla de superar las rivalidades del pasado y de reconocernos, más allá de toda frontera, como miembros de una misma gran familia, donde unos llevan la carga de los otros. Y dice el Papa: “El peligro de contagio a causa de un virus tiene que enseñarnos otro modo de contagio: el contagio del amor, que se transmite de corazón a corazón”. En la Navidad, el Señor “enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido. Y dijo el que estaba sentado en el trono: ‘Mira, hago nuevas todas las cosas’”. (Apoc. 21,4-5).

María va delante

En el inicio del Adviento la mirada de los creyentes se dirige hacia la Virgen María, nuestra Madre Inmaculada, modelo de acogida de la acción del Espíritu Santo y modelo de acogida de los hermanos, como nos reclama el "andar juntos" del Sínodo en la etapa diocesana. Ella es nuestro gran modelo en el camino sinodal. Camina delante y abre la senda de la Iglesia.

María recibió del arcángel Gabriel el anuncio de la venida del Verbo de Dios a sus entrañas, por obra del Espíritu Santo, y no dudó de lo que le era anunciado, sino que creyó y se dio del todo a este Misterio de Presencia y Amor. Con un sí lleno de entrega incondicional a los designios del Padre, acogía la salvación y la hacía posible para toda la humanidad. Un sí, una libertad entregada, una obediencia humilde y pobre, un corazón todo inmaculado y lleno de Dios, que aceptaba la gran vocación de ser Madre de todos los pueblos, hijos suyos en Cristo.

San Bernardo de Claraval, en una espléndida homilía, la cuarta, recrea un diálogo del creyente con la propia Virgen María, en el momento histórico y tan misterioso de la anunciación en Nazaret. Todo el mundo espera la respuesta de María y por eso Bernardo da prisa a la Virgen, haciéndole notar que en sus manos está el precio de nuestra salvación. Si consiente a lo que el ángel le propone en nombre de Dios, todos nos veremos librados; ya que si por la Palabra eterna de Dios fuimos creados, y pese a ello todos debemos morir, con la breve respuesta de María -un sí bien humilde pero cargado del futuro de la historia humana-, todos seremos restablecidos y llamados a la vida. De su respuesta depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación de todos los hijos de Adán. Y le aconseja que no lo rechace, que no se retrase, que no recele... sino que crea y diga que sí. ¡Todos estábamos en Nazaret pidiendo a la Virgen María su sí! Y le dice Bernardo: “Abre, Virgen feliz, el corazón a la fe, los labios al consentimiento, las entrañas purísimas al Creador. Mira que el deseado de todos los pueblos está llamando a tu puerta. Si tardas en abrirle, pasará de largo, y después volverás con dolor a buscar el amado de tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por la devoción, y abre por el consentimiento. Y la Virgen dijo; 'He aquí la esclava del Señor; que se haga en mí según tu palabra’”.

Profundicemos las actitudes de la Virgen María para imitarlas:
• escuchar más la Palabra de Dios, dedicándole mayor atención,
• apartarse siempre del pecado y de la mediocridad de vida,
• responder con prontitud y generosidad a lo que Dios nos hace saber en la oración y en la vida de cada día,
• comprometerse a amar a todos, acogiendo los sufrimientos de quienes nos rodean,
• ir siempre más lejos de los cálculos y los miedos, la indiferencia y el egoísmo,
• y dar un sí muy generoso a Dios, pase lo que pase, sabiendo que lo que Él nos pida, seguro que será bueno para nosotros.

Esto es el Adviento: estar atentos y confiar en el Dios que llega, para abrirle en cuanto llame y nos encuentre velando, abiertos a responder un sí bien generoso a su llamada. Como María, la Madre Inmaculada, toda de Dios y toda nuestra.