Pidamos "Pastores Misioneros"

Bajo el lema "Pastores misioneros", celebramos en este domingo de Cuaresma el tradicional Día del Seminario, cerca de la fiesta de St. José, el patrono de nuestros seminaristas, los futuros "custodios" de la vida de las comunidades cristianas, desde la total entrega al servicio del Evangelio y de la Eucaristía, de la misericordia y del amor incondicional a los pobres y a todos. Ellos serán los "pastores" y al mismo tiempo los "misioneros" que tanto necesitamos y que se forman inicialmente con un tiempo de discipulado y de configuración con Cristo en la comunidad apostólica del Seminario, y posteriormente continúan formándose como apóstoles del Señor, en todas las etapas de la vida sacerdotal, en la juventud y primeros años de ministerio, como después en la madurez, y en la ancianidad, ya que los sacerdotes nunca se jubilan sino que están llamados a dar ejemplo de entrega a Dios y a los hermanos en todas las etapas de la vida nunca dejan de ser discípulos de Jesús, nunca dejan de seguirlo ", dice el Papa Francisco.


El Día del Seminario también nos recuerda que tenemos que presentar de nuevo la vida como "vocación" (cf. Francisco "Christus Vivit", "Cristo Vive" cap. 8). Dios nos quiere para algo más que para ser felices solos, ricos y egoístas; que la vida se vive de verdad dándola, regalándonos la, poniéndola al servicio de nuestro prójimo, a ejemplo de Jesús. Más allá de informar y de hacer una necesaria colecta de ayuda para apoyar la formación de los futuros ministros del Señor, el Día del Seminario debe ser una jornada comprometida de oración de intercesión llena de humildad y confianza. Sin oración no habrá vocaciones, no se escuchará la voz de Dios que llama, no crecerá la Iglesia, ni los discípulos evangelizadores. Sin oración no habrá formación de los pastores ni discernimiento evangélico. Sin oración, el Espíritu Santo no podrá darnos los amigos del Esposo que tanto necesitamos. La oración es actividad apostólica, no es perder el tiempo. Al contrario, cuando Cristo insiste en la necesidad de una evangelización universal y hace notar la falta de trabajadores, y envía a los apóstoles, paradójicamente no pide actividad sino oración: "Rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos" (Lc 10,2).

Hagamos nuestra la oración que la Comisión Episcopal para los Seminarios nos propone:

“¡Señor Jesús! Con amor ponemos en tus manos nuestros Seminarios, los formadores y profesores, y muy especialmente a todos los seminaristas del mundo, que se están preparando para ser “pastores misioneros”. Tú les amas con entrañas de misericordia. Haz que sean pastores que vayan donde Tú les envíes; que la Iglesia y el mundo sean los espacios abiertos de su misión. Sé Tú el centro de sus vidas para que te sigan como discípulos misioneros y a Ti se configuren, imitándote en todo, como los apóstoles. Que te sirvan con obediencia y pobreza, desoigan las voces de los poderes del mundo, y, llenos de caridad, te sirvan en los pobres y necesitados. Que su vida célibe no sea mediocre o inmadura, sino que todo lo entreguen a Ti y todo lo arriesguen, con esperanza y alegría. Señor, que siempre cuenten contigo, como Tú cuentas con cada uno de ellos, con cada sacerdote, para que anuncien la salvación y amen a todos con los latidos de tu corazón, gustando la dulce alegría de evangelizar en tu nombre. Gracias, Señor, por los seminaristas y los sacerdotes. Guárdalos en tu amor y en tu fidelidad. Amén.”

Laicado 2020, Pueblo de Dios en salida

El "Congreso de laicos 2020, Pueblo de Dios en salida", convocado por la Conferencia Episcopal Española como culminación de su Plan pastoral, reunió en Madrid a 2.200 personas de todas las Diócesis y movimientos laicales, los días 14 al 16 de febrero. Desde Urgell participamos doce personas y yo mismo. Fue una experiencia eclesial muy gozosa y que nos llenó a todos, en la que hemos podido captar el paso y la acción del Espíritu en tantos y tantos de los presentes. Se había dado un proceso sinodal, entre todos, que reclama ahora una continuidad en la vida de las Diócesis. Y lo intentaremos también en Urgell. Empezamos un proceso que continúa abierto y nos exige seguir caminando como Pueblo de Dios en salida. Un proceso guiado por el Espíritu, presente desde el principio de los trabajos del Congreso.

La intención es impulsar la conversión pastoral y misionera de los laicos dentro del pueblo de Dios, para dar voz al laicado, asociado y no asociado. El ambiente, la alegría entre todos, el respeto por el pensamiento diverso, la acogida y la escucha, la suma entre todos, la complementariedad de servicios y misiones, la receptividad... han sido una experiencia sorprendente, y que no parecía fácil, si atendemos a la historia más reciente de este tipo de encuentros y las dificultades para caminar juntos. Dios inspira esta obra de comunión y de misión. Se han sembrado las semillas necesarias para renovar y dinamizar el laicado, y ahora esperamos que dará sus frutos.

La ponencia final lo reflejaba bien, con un doble objetivo: por un lado, presentar las aportaciones de los Grupos de Reflexión tras el recorrido de los 4 itinerarios que habían constituido el eje central de Congreso; y por otro, ofrecer un escenario de futuro inmediato que permita profundizar en las prioridades que, en un ejercicio de sinodalidad, se han podido identificar durante este proceso.

Nuevos retos, para ser sal y luz, Iglesia misericordiosa, acogedora y abierta al mundo de hoy y, sobre todo Iglesia fiel a Jesús y a su Evangelio. Hay que salir hacia las periferias, diálogo y encuentro, vivir desde la oración y los sacramentos, apertura a los que buscan, cultivar las semillas de la Palabra, cercanía a los pobres y a los que sufren, anunciar el Evangelio y estar a gusto con el pueblo. Quizá se haya podido encontrar un lenguaje laical común. Se ha insistido en la vocación y en el protagonismo del laicado, que debe encontrar caminos de participación eclesial, siempre en clave de misión y no de poder; y al mismo tiempo se ha abierto un proceso guiado por el Espíritu. También se pidió dar respuesta a las 3 preguntas iniciales: ¿Qué actitudes debemos convertir? ¿Qué procesos debemos activar? Y qué proyectos podemos proponer?, teniendo en cuenta los 4 itinerarios del Congreso: el primer anuncio, el acompañamiento, los procesos formativos y la presencia en la vida pública, que marcarán el trabajo pastoral del futuro, ya que expresan la misión encomendada como cristianos. Será fundamental pasar de una pastoral de mantenimiento a una pastoral de misión, con procesos y proyectos pastorales renovados, con acompañamiento real, grupos y escuelas de formación en la fe, y procesos de diálogo con la sociedad civil, cuidando el acompañamiento de quienes se comprometan. Ser Pueblo de Dios en salida supone que nuestra fe adquiere todo su sentido cuando somos capaces de compartirla con los que están a nuestro alrededor. El Congreso finalizó en cierto sentido de forma abierta, y está llamado a constituir el punto de partida de nuevos caminos para el laicado en comunión. ¡Habrá dejarse guiar por el Espíritu!

«¡Os pedimos que os reconciliéis con Dios!» (2Co 5,20)

El Papa ha escrito un Mensaje para la Cuaresma 2020, que titula con las palabras de S. Pablo: "¡En nombre de Cristo os pedimos que os reconciliéis con Dios!” (2Co 5,20). Nos recuerda que la Cuaresma es un tiempo propicio para prepararnos a celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana y que nos debe contagiar su dinamismo espiritual. Aporta 4 reflexiones:

1. El Misterio pascual, es el fundamento de la conversión. La Buena Noticia de la muerte y resurrección de Jesús, el kerygma, resume el Misterio de un amor «tan real, tan verdadero, tan concreto, que nos ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo» (Exh Ap. Christus Vivit, 117). Y nos pide que miremos los brazos abiertos de Cristo crucificado y que nos dejemos salvar una y otra vez. Y cuando nos acerquemos a confesar nuestros pecados, creamos firmemente en su misericordia que nos libra de la culpa (cf. Ch.V. 123). La Pascua de Jesús no es un acontecimiento del pasado: por el poder del Espíritu Santo es siempre actual y nos permite mirar y tocar con fe la carne de Cristo en tantas personas que sufren.

2. Urge que nos convirtamos. La experiencia de la misericordia es posible sólo en un «cara a cara» con el Señor crucificado y resucitado «que me amó y se entregó por mí» (Ga 2,20). La oración es importante en el tiempo cuaresmal; nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene. Somos amados sin merecerlo. En este tiempo favorable, cuanto más nos dejemos fascinar por su Palabra, más conseguiremos experimentar su misericordia gratuita para con nosotros. No somos nosotros los que decidimos el tiempo y la manera de nuestra conversión a Dios, sino al contrario. ¡Dejémonos reconciliar por Dios!

3. La apasionada voluntad de Dios de dialogar con sus hijos. Esta voluntad amorosa es una nueva oportunidad que sacude nuestro letargo. Siempre está viva la voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros, hasta el punto de hacer recaer sobre su Hijo todos nuestros pecados. El diálogo que Dios quiere establecer con toda persona no es algo mundano o una curiosidad sino que da vida.

4. La riqueza es para compartir, no para acumularla sólo para sí mismo. Poner el Misterio pascual en el centro de la vida significa, dice el Papa, "sentir compasión por las llagas de Cristo crucificado presentes en las numerosas víctimas inocentes de las guerras, los abusos contra la vida tanto del no nacido como del anciano, de las múltiples formas de violencia, los desastres medioambientales, de la distribución injusta de los bienes, del tráfico de personas en todas sus formas y de la sed desenfrenada de beneficios, que es una forma de idolatría". Es necesario acordarse de que debemos compartir nuestros bienes con los más necesitados mediante la limosna, como forma de participación personal en la construcción de un mundo más justo. Compartir con caridad nos hace más humanos, mientras que acumular conlleva el riesgo de ensuciarse, ya que nos cierra en el egoísmo. Podemos y debemos ir incluso más allá, considerando las dimensiones estructurales de la economía. Es urgente diseñar una economía más justa e inclusiva que la actual. Como ha repetido muchas veces el magisterio de la Iglesia, la política es una forma eminente de caridad (cf. Pío XI, Discurso 18.12.1927). También lo será ocuparse de la economía con este mismo espíritu evangélico, que es el espíritu de las Bienaventuranzas.

«Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu...»

Desde el pasado miércoles, miércoles de Ceniza, hemos entrado en la Cuaresma, tiempo caracterizado por una exigencia más vigilante de conversión y de renovación, durante el cual todos somos invitados a contemplar con más intensidad a Cristo, que se prepara para realizar el sacrificio supremo de la Cruz. Este año, sabiendo que tantos millones de personas han sido afectadas por la enfermedad o el riesgo de enfermedad vírica en China y otros lugares del mundo, podríamos pensar en los enfermos, en quienes los cuidan y los que investigan para paliar los sufrimientos. Iniciaremos el itinerario penitencial hacia la Pascua con un compromiso más firme de oración y de ayuno para la salud de los enfermos y por la paz en todo el mundo. La salud y la paz, de hecho, son dones de Dios que hay que invocar con humildad y perseverante confianza. Sin rendirnos ante las dificultades, recorramos el camino de nuestra conversión.

La liturgia de este domingo primero de Cuaresma siempre nos alerta sobre la tentación. Cristo fue tentado y venció. Y nosotros también seremos y somos tentados, y debemos acudir a Él, misericordioso y clemente, para que tenga piedad y nos socorra, nos perdone y nos dé vida. La Cuaresma nos invita a unir la oración y el ayuno, una práctica penitencial que reclama un esfuerzo espiritual más profundo, es decir, la conversión de corazón con la firme decisión de apartarse del mal y del pecado para disponerse mejor a cumplir la voluntad de Dios. Ayuno que nos remite a una vida más austera, más en comunión con los pobres y los que sufren. Ayuno de placeres y de gastos superfluos, ayuno del mal. Con el ayuno físico, y más aún con el interior, el cristiano se prepara a seguir a Cristo y a ser su fiel testimonio en toda circunstancia. El ayuno, además, ayuda a comprender mejor las dificultades y los sufrimientos de tantos hermanos nuestros oprimidos por el hambre, por la miseria y por la guerra. Esto ayuda a vivir un movimiento concreto de solidaridad y de compartir con quien se encuentra en necesidad.

La Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de comenzar su misión pública. Hoy escuchamos en el Evangelio: «Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre» (Mt 4,1-2). Como Moisés antes de recibir las tablas de la Ley (cf. Ex 34,8), o Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cf. 1Re 19,8), Jesús, orando y ayunando, se preparó para su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador. Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano -decía el Papa Benedicto XVI-, que se inclina y socorre al hermano que sufre. Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. El ayuno tiene como finalidad última ayudarnos a cada uno de nosotros a realizar el don total de uno mismo a Dios. Por tanto, alejamos todo lo que distrae el espíritu e intensifiquemos lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pensamos en un mayor interés por la oración, en la lectura orante de la Biblia, en el sacramento de la reconciliación y en la participación activa en la eucaristía, sobre todo en la santa misa dominical. Con esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la Cuaresma, para recorrer un provechoso itinerario cuaresmal hacia la Pascua.