El Espíritu nos hace apóstoles de Jesús

Pentecostés es la fiesta del fuego del Espíritu Santo en nosotros y en el mundo. Jesucristo sentado victorioso a la derecha del Padre, nos envía el Defensor, el que nos conduce hacia la verdad plena, el Amor que nos libera de nuestros egoísmos, el Viento suave que todo lo cura y suaviza, la Fuente de agua viva que brota y canta en nuestro interior, muy adentro, enseñándonos a orar y a imitar en todo al Señor Jesús. ¡Cómo lo necesitamos para superar la actual pandemia y salir transformados! ¡Ven Espíritu Santo!

Nosotros ya poseemos este Espíritu. Por el bautismo y la confirmación pone su morada permanente dentro de nosotros, y misteriosamente nos ayuda y vivifica. Y en cada Eucaristía se nos reparte abundantemente para que vivamos en la unidad de la Iglesia y para que demos el testimonio de Cristo que el mundo necesita descubrir en los discípulos. Lo que necesitamos es dejarnos guiar con confianza para este Espíritu que nos hace amar y adorar al Padre, que nos fortalece para confesar la fe en Jesucristo con valentía y coherencia. Por la Confirmación, el Espíritu Santo que recibimos como un gran don, nos hace apóstoles de Jesús. Y el Evangelio nos dice que cuando Jesús llama a los apóstoles (Mc 3,14 ss.) lo hace porque los ama, para que estén con Él y para enviarlos a predicar el Evangelio y vencer el mal. Estar con Jesús, es quedar prendado por su amistad y su presencia salvadora. Estar con Él es vivir la oración, dedicarle toda la atención, escuchar y hacer caso de su palabra, disfrutar de su compañía y protección; permanecer en Él y mantenerse en su amor, para poder amar a todos.

Apóstol significa "enviado". Y ser enviado, es convertirse en testigo suyo, valiente, generoso, servidor de todos, que anuncia el Reino de Dios y trabaja por la paz, que mira de llegar a todos los cruces de caminos donde está en juego la dignidad de la persona humana, y en todas partes deposita esperanza, alegría y servicio. El Espíritu empuja la Iglesia a salir de sí misma, y ​​a tratar de llegar a todas las periferias del mundo, geográficas y existenciales. Llevamos la misión adelante, somos una misión dice el Papa Francisco, la misión de ser testigos de Jesús, que transforman el mundo y lo llenan del amor que proviene de Dios. Por eso en este día recordamos e intercedemos por la Acción Católica y por todos los movimientos de apostolado eclesiales, agradeciendo el florecimiento de los últimos años de tantos movimientos y carismas nuevos.

Hoy le decimos con toda la Iglesia: ¡Ven Espíritu Santo Defensor! Ayúdanos a salir más fuertes de esta pandemia que nos acosa. Cura nuestros espíritus angustiados y enfermos. Transfórmanos y haznos testigos más auténticos de Jesús. Que tu energía divina nos haga salir de nuestras comodidades y nos empuje por los caminos de la santidad, del amor auténtico y del testimonio valiente de nuestra fe. Que en todas partes donde nos movemos y vivimos, se note que somos cristianos y que llevamos esta presencia tuya dentro de nosotros, que nos hace ser sal, luz y fermento del Reino de Dios en todas las actividades de nuestra vida. ¡Ven Espíritu Santo! Haz que retomemos con entusiasmo evangélico la acción eclesial y la vida de nuestros pueblos y ciudades después de la pandemia. Da fecundidad a las actividades pastorales que llevamos a cabo y suscita vocaciones de entrega total al Señor. Guíanos por los caminos de la confianza, de la solidaridad y del servicio.

¡Santa Pascua granada de los frutos del Espíritu!

Comunicadores y periodistas garantes de esperanza

En la grande y gozosa fiesta de la Ascensión del Señor, también tiene lugar la 54ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales. El Papa Francisco había previsto un Mensaje que titulaba "Para que puedas contar y grabar en la memoria (Ex 10,2). La vida se hace historia". Después vino la pandemia del coronavirus, que todo lo ha trastornado, y los Obispos de la Comisión Episcopal para las Comunicaciones Sociales de la CEE han rehecho la temática y han aportado una reflexión que titulan "Los comunicadores sois garantes de esperanza ante el Covid-19". Se dirigen sobre todo a los comunicadores y periodistas que han tenido que narrar el drama mortal de esta pandemia que vivimos y que al mismo tiempo han sido ejemplos esperanzadores de entrega y solidaridad. Son un servicio y al mismo tiempo un pilar de la democracia, ya que los periodistas han sido aquellos que, con riesgo para ellos, explicaron lo que pasaba en todo el mundo y cerca de nosotros, mostrándonos el momento real que estamos vivimos. Han aportado fotografías y vídeos, entrevistas y debates, críticas y reflexiones de fondo sobre todo lo que implica esta pandemia. Sin ellos, ya que nosotros estábamos confinados en casa, habría faltado una pieza clave para nuestra libertad: la información. Por eso en este domingo rogamos por ellos y les damos gracias por su trabajo a menudo escondido pero siempre sacrificado, y que cuando se llena de valores y profesionalidad, cuando busca, investiga y revela la verdad, cuando nos acerca personas reales, nos abre la ventana del mundo y de la interpretación de lo que ocurre. Hagamos que les llegue también a ellos, como a los sanitarios y a tantos otros, nuestro respeto, admiración y agradecimiento.

En estos momentos difíciles, los medios de comunicación nos permiten conocer lo que está pasando con todos sus matices y sus complejidades, ponen en contexto las informaciones y dan respuesta a nuestras preguntas. Además, difunden las indicaciones de las autoridades competentes y ayudan a desmentir las noticias falsas y los rumores que pueden angustiar o hacer caer en la desesperación o el desorden. Su servicio es esencial para una sociedad que ama la libertad y la verdad. El Papa Francisco recordaba que la figura del periodista debe ser siempre responsable, evitando expandir la desinformación y respetando siempre la esencia de su oficio: ser "custodios de las noticias", informar, ya que en el mundo contemporáneo, el comunicador no realiza sólo un trabajo, sino que tiene una verdadera y propia misión: "tiene la tarea, en el frenesí de las noticias y en el torbellino de las primicias, de recordar que el centro de la noticia no está en la velocidad en darla y el impacto sobre las cifras de audiencia, sino las personas". Abren ventanas a la esperanza y al futuro, dan a conocer iniciativas solidarias y ofrecen a quienes están confinados en casa, múltiples posibilidades para estar conectados con el mundo, para desarrollar sus cualidades y poderse entretener y aprender, vinculándonos a la humanidad, al arte y a la cultura. Sin esta tarea de los medios de comunicación, este aislamiento sería mucho peor.

Nuestro agradecimiento por parte de todos debería traducirse en apoyo social para que los medios puedan seguir llevando a cabo su tarea ahora y en el futuro, que se presenta difícil. ¡Que reciban nuestra consideración, respeto y ánimo, con nuestra intercesión! Entre todos sumaremos el esfuerzo de cada uno por construir un tiempo nuevo, lleno de valores, y con un estilo de vida mucho más sencillo y fraterno.

Dejémonos conducir por el Espíritu

Este domingo, en una buena parte de nuestra Diócesis, retomamos la celebración de la Eucaristía dominical, "la pascua semanal", con presencia de los fieles. La Eucaristía nos hace ser la Iglesia de Cristo, por eso damos gracias a Dios. Y es que con o sin confinamiento, en fase 0 o en fase 1, o en lo que nos pueda venir más adelante, no importa, estamos celebrando la Pascua, que es el don de la Resurrección de Cristo. Él ha vencido la misma muerte, y ya nada nos podrá separar de su amor. Él nos da la Eucaristía y nos envía el Espíritu Santo Defensor, y eso ya nos debe bastar para hacer frente a esta pandemia, al confinamiento, a las enfermedades o penurias, a todo aquello que nos pueda llegar... Con la fuerza del Señor y con el coraje de la fe y de la esperanza, nada nos dará miedo. No hacemos el camino solos. Cristo nos protege a través de su Espíritu que habita en nosotros por el bautismo y la confirmación. Celebremos el domingo con mucha alegría, a pesar de los confinamientos.

La certeza de que Cristo nos acompaña a través de su Espíritu Santo nos hace valientes. Por la Eucaristía celebrada ya con nuestra presencia y recibiendo la sagrada comunión, o aún recibida espiritualmente aquellos que debéis permanecer aún en casa, en espera y deseo de que podremos recibirla más adelante, nos unimos a Cristo y somos hechos imágenes suyas, testigos suyos por el Espíritu Santo que la Eucaristía nos comunica. Acojamos con humildad y reverencia el Espíritu de Cristo y dejémonos conducir por su aliento de libertad y su fuego de caridad ardiente. Seamos más "espirituales", cuidemos la vida espiritual, y dejémonos guiar por el Espíritu. El don del Padre y del Hijo habita dentro de nosotros y silenciosamente nos va guiando hacia la plenitud de la verdad y nos va transformando en amigos de Dios e imágenes del Señor. Él nos da las palabras adecuadas y nos hace valientes en los combates de la fe. Por el bautismo y la confirmación se ha hecho compañero invisible pero real de nuestra vida para siempre. No estaremos nunca solos, ya que Él nos acompaña, y la Eucaristía nos lo regala de nuevo para que llene de gozo toda nuestra vida y la haga fecunda de buenas obras.

Un famoso texto muy sugerente del metropolita ortodoxo de Lataquia Rmo. P. Ignacio Hazim, leído en Uppsala en 1968, en la Asamblea del Consejo Mundial de las Iglesias, nos ayuda mucho para entender lo que el Espíritu realiza en nosotros:

"Sin el Espíritu Santo, Dios queda lejos; Cristo pertenece al pasado; el Evangelio es letra muerta; la Iglesia, una simple organización; la autoridad, un dominio; la misión, una propaganda; el culto, una evocación; y el actuar cristiano, una moral de esclavos...

"Pero con el Espíritu, y en una sinergia indisociable, el universo es sostenido y clama por el nacimiento del Reino; el hombre está en lucha contra la carne; Cristo resucitado está aquí; el Evangelio es fuente de vida; la Iglesia es comunión trinitaria de hermanos; la autoridad es un servicio liberador; la misión es un Pentecostés; el culto es memorial y anticipación; y el actuar humano es una realidad divina."

El Espíritu todo lo transforma y nos quiere transformar a nosotros en la sorprendente Pascua de este año. Dejémonos llevar por el Espíritu, que todo lo llena de vida, y vivamos con renovadas fuerzas esta reanudación de la vida comunitaria, eucarística y pastoral, después del confinamiento. Necesitamos nueva creatividad y nuevas fuerzas, y Él nos las dará. Roguemos y amemos, regresemos escaladamente a la normalidad de la vida comunitaria eclesial, sin miedos ni desánimos ni angustias.

Regina coeli laetare

“Reina del cielo, alégrate, aleluya, porque el Señor, a quien has llevado en tu vientre, aleluya, ha resucitado según su palabra, aleluya. Ruega al Señor por nosotros, aleluya”. Este gozoso saludo a la Virgen María, propio del tiempo de Pascua, es un canto de alabanza a la Madre del Señor Resucitado que proclama en esencia la fe pascual y la devoción a nuestra mayor intercesora ante su Hijo. No se conoce el autor, pero ya se rezaba en el siglo XII y los frailes menores franciscanos la cantaban después de Completas ya en el siglo XIII. Es de autor desconocido, pero la tradición lo atribuye al Papa S. Gregorio Magno (540-604). Es una oración de aclamación especialmente adecuada para saludar y alabar a la Virgen María, unidos a su alegría porque su Hijo, valiente y sacrificado, ha resucitado después de pasar por la cruz y el sepulcro. La llamamos "Reina del cielo" porque ya la creemos asunta y reinando con su Hijo, debido a su Maternidad divina, ya que Ella mereció ser el instrumento elegido para que Jesús tomara nuestra carne humana y la salvara con su divinidad. Y hacemos un acto de fe en la Resurrección de Jesús de entre los muertos, pidiendo su intercesión poderosa por sus hijos e hijas.

Digámosla, cantémosla, con fe y acogiendo los sentimientos de alegría pura que la Inmaculada debió tener al ver a su Hijo resucitado. Porque, por más que los Evangelios no relaten ninguna aparición de Jesús resucitado a su Madre, la Virgen María, en la gran tradición de la Iglesia los cristianos han entendido que la primera que debió ser visitada por su Hijo, fue su Madre, que había permanecido fiel y silenciosa, esperanzada y atenta al pie de la cruz y acompañando a los apóstoles. Él la llenó de gracia y de bendición, la hizo Madre de la Iglesia naciente y estrella de la evangelización a la que enviaba a todos los discípulos.

El cristiano debe dejarse acompañar en su camino de fe por la Madre del Señor. Ella "se convirtió en el modelo de la Iglesia suplicante [...] acompaña con amor materno a la Iglesia peregrina, y protege sus pasos hacia la patria celeste, hasta la venida gloriosa del Señor" (Prefacio III de la B. Virgen María). En tiempos de pandemia y siempre, seamos agradecidos por este acompañamiento de la Madre de Cristo sobre cada uno de nosotros, nuestras familias, nuestra Diócesis, la Iglesia universal, y toda la humanidad. Así encontraremos fuerza para vivir las angustias y tristezas, enfermedades y dolores inherentes a la debilidad humana, y Ella nos guiará, con mano protectora, hasta la alegría eterna. Tengamos presente que el "Regina coeli" termina con una bella oración que pide que, así como Dios ha llenado el mundo de alegría por la Resurrección de su Hijo, "por intercesión de su Madre, la Virgen María, lleguemos a los gozos eternos". 

Especialmente en este mes de mayo, visitemos espiritualmente a nuestra Madre celestial desde nuestros hogares, trabajos y desvelos de cada día. Ella protege nuestras vidas y las encamina hacia el amor más grande de su Hijo Jesús y hacia el amor a todos, sin acepción de personas. Nos es consuelo y esperanza, ya que "contribuyó a la salvación de los hombres con su fe y su obediencia libres. Pronunció su sí en nombre de toda la naturaleza humana, [también en nombre de cada uno de nosotros], y por su obediencia es la nueva Eva, Madre de los vivientes." (Cf. Catecismo nº 511).