Valientes para decir «Aquí estoy, mándame» (Is 6,8)

En este domingo estamos llamados, un año más, a valorar la oración, el interés, la ayuda material, el trabajo y el amor sincero y eficaz por los misioneros de la Iglesia, esparcidos por todo el mundo, y por las Iglesias jóvenes, oficialmente llamadas "territorios de misión". Tengamos también un recuerdo por el misionero catalán, hijo de Balsareny, traspasado hace pocos meses y que ha llegado a encarnar el sentido misionero y luchador de la Iglesia, el obispo claretiano de Saô Felix do Araguaia (Brasil), Dom Pere Casaldáliga. Lo recordamos con acción de gracias ("re-cordar" es pasar de nuevo por el corazón), por los dones de fe y de servicio que Dios ha derramado y continúa vertiendo a través de los misioneros. Son realidades muy reales, ni que a menudo queden ocultas a nuestros ojos miopes y superficiales.

Debemos mantener el interés por las misiones y continuar despertando en las parroquias y comunidades la conciencia de la misión ad gentes, para retomar con nuevo impulso la responsabilidad de proclamar el Evangelio que tenemos todos los bautizados. El Papa Francisco insiste en alimentar el ardor de la actividad evangelizadora de la Iglesia ya que tenemos que vivir en estado permanente de misión. Hay un deseo poderoso de que Cristo sea conocido y amado por todos. El actual Director de las Obras Misionales Pontificias de España al finalizar el Mes Misionero Extraordinario decía: "se acaba este Mes, pero lo que no puede terminar es el ímpetu que el Espíritu Santo ha puesto en el corazón de los cristianos. La misión ha dejado de ser -si es que alguna vez lo fue- cosa de unos pocos y de un determinado momento. Ahora lo es de todos los cristianos y en todo momento".

Debemos mantener el clima misionero en nuestra Diócesis. Por más que la pandemia haya herido y desestructurado muchas cosas, por más que las necesidades materiales y humanas abunden entre nosotros, no podemos dejar de rezar, amar y ayudar materialmente las Iglesias jóvenes y los misioneros que, dejándolo todo, se han ido a anunciar el Evangelio por todo el mundo. Son nuestros hermanos y estamos obligados a no olvidarlos y a cooperar al sostenimiento de la obra misionera tan excelente que llevan a cabo. En su Mensaje para esta Jornada mundial de las Misiones, el Papa Francisco nos dice: «La misión, la “Iglesia en salida” no es un programa, una intención que se logra mediante un esfuerzo de voluntad. Es Cristo quien saca a la Iglesia de sí misma. En la misión de anunciar el Evangelio, te mueves porque el Espíritu te empuja y te trae». Dios siempre nos ama primero y con este amor nos encuentra y nos llama. Nuestra vocación personal viene del hecho de que somos hijos e hijas de Dios en la Iglesia, su familia, hermanos y hermanas en esa caridad que Jesús nos testimonia. Sin embargo, todos tienen una dignidad humana fundada en la llamada divina a ser hijos de Dios, para convertirse por medio del sacramento del bautismo y por la libertad de la fe en lo que son desde siempre en el corazón de Dios». Y más adelante añade "En este contexto [de pandemia], la pregunta que Dios hace: «¿A quién voy a enviar?», se renueva y espera nuestra respuesta generosa y convencida: «¡Aquí estoy, mándame!» (Is 6,8). Dios continúa buscando a quién enviar al mundo y a cada pueblo, para testimoniar su amor, su salvación del pecado y la muerte, su liberación del mal». Y si no es a países y culturas lejanas, debemos vivir esta envío entre los que nos rodean, porque la misión siempre está muy cerca.

La atención en las fases críticas y terminales de la vida

La Congregación para la Doctrina de la Fe acaba de hacer pública una Carta titulada “El Buen Samaritano”, fechada el 14 de julio de 2020, sobre el cuidado de las personas en las fases críticas y terminales de la vida. La figura del Buen Samaritano que deja su camino para socorrer al hombre enfermo (cfr. Lc 10,30-37) es la imagen de Jesucristo que encuentra a la humanidad necesitada de salvación y cuida de sus heridas y su dolor. Él es el médico, «el testigo fiel» (Ap 3,14), el Salvador. La Carta aprobada por el Papa ayuda a concretar este mensaje y a traducirlo en una capacidad de acompañamiento de la persona enferma en las fases terminales de la vida, de manera que se le ayude respetando y promoviendo siempre su dignidad, su llamada a la santidad y, por tanto, el valor supremo de su misma existencia.

El extraordinario y progresivo desarrollo de las tecnologías biomédicas ha acrecentado de manera exponencial las capacidades clínicas de la medicina en el diagnóstico, en la terapia y en el cuidado de los pacientes. La Iglesia mira con esperanza la investigación científica y tecnológica. Sin embargo, estos progresos reclaman una creciente y sabia capacidad de discernimiento moral para evitar el uso desproporcionado y deshumanizante de las tecnologías, sobre todo en las fases críticas y terminales de la vida humana. Se percibe la necesidad de una aclaración moral y de una orientación práctica para asistir a los enfermos más débiles en las etapas más delicadas y decisivas de la vida.

Es una larga Carta de 29 páginas, con abundantes notas y diversos apartados. A modo de síntesis veámoslos más detalladamente:

I. Hacerse cargo del prójimo en su sufrimiento
II. La experiencia viviente del Cristo sufriente y el anuncio de la esperanza
III. El “corazón que ve” del Samaritano: la vida humana es un don sagrado e inviolable
IV. Los obstáculos culturales que oscurecen el valor sagrado de toda vida humana
V. La enseñanza del Magisterio sintetizada así:

1.     La prohibición de la eutanasia y el suicidio asistido
2.     La obligación moral de evitar el ensañamiento terapéutico
3.     Los cuidados básicos: el deber de alimentación e hidratación
4.     Los cuidados paliativos y la necesidad de su desarrollo
5.     El papel de la familia y los “hospices” o lugares de atención especializada a los enfermos terminales
6.     El acompañamiento y el cuidado en la edad prenatal y pediátrica
7.     Terapias analgésicas y supresión de la conciencia: licitud de la sedación para cuidar
8.     El estado vegetativo y el estado de mínima consciencia con el derecho a la alimentación y a la hidratación
9.     La objeción de conciencia de los agentes sanitarios y de las instituciones católicas ya que no existe un derecho a la eutanasia o al suicidio asistido.
10.     El acompañamiento pastoral y el apoyo de los sacramentos
11.     El discernimiento pastoral hacia quien pide la eutanasia o el suicidio asistido
12.     La reforma del sistema educativo y la formación de los agentes sanitarios

Miremos de profundizar el mensaje de esta importante Carta.

Tiempo de la creación. Comprometidos por una ecología integral

Acabamos hoy unos días intensos de oración de todos los cristianos del mundo, por el cuidado de la Creación. Un "Tiempo de la Creación" que comenzó el 1 de septiembre, Jornada de Oración por el Cuidado de la Creación, y se cierra hoy, fiesta de S. Francisco de Asís, patrón de la ecología y autor del "Cántico de las criaturas" que inspiró al Papa Francisco para titular su famosa encíclica, "Laudato si’". Los cristianos renovamos en todo el mundo nuestra fe en Dios Creador y nos unimos de manera especial en la oración y el compromiso en favor de la defensa de la casa común. Se cumplen 50 años del Día de la Tierra, y al mismo tiempo 5 años de la publicación de la encíclica Laudato si’ del Papa Francisco.

Los Obispos de la Comisión de Pastoral Social y Promoción humana de la CEE nos han ofrecido 4 claves para el cuidado de la creación:

1.- Tener cuidado de la fragilidad.- En tiempos de coronavirus, tenemos que pedir a Dios una auténtica revolución de los cuidados para mostrar que el auténtico cuidado de la vida y las relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad y la justicia.

2.- Custodiar lo creado.- Con especial intensidad, debemos custodiar la casa común, construir una "cultura del cuidado de la Creación". Y la ecología también supone el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad.

3.- Tener cuidado del prójimo.- Las profesiones que cuidan del prójimo testimonian la grandeza de la humanidad. Las familias y las organizaciones sociales han respondido al impacto social de la pandemia, y la Iglesia, desde su profunda humildad, se mostró "experta en humanidad" (S. Pablo VI).

4.- Espiritualidad del cuidado.- La paz interior, la profundidad del corazón, la experiencia de sentirse cuidado por Dios, son condiciones básicas para la contemplación agradecida del mundo y para el cuidado de la fragilidad de los pobres y del medio ambiente.

La pandemia ha puesto de relieve lo muy vulnerables e interconectados que actualmente somos. Si no tenemos cuidado unos de otros, empezando por los últimos, los que están más afectados, incluso de la creación, no podremos curar el mundo. El creyente, contemplando al prójimo como un hermano y no como un extraño, lo mira con compasión y empatía, no con desprecio o enemistad.

A los 5 años de la Laudato si', la actual pandemia da la razón al Papa Francisco cuando reclamaba que diéramos mayor importancia a la preocupación ecológica. "El mensaje de la encíclica es profético", dice Augusto Zampini, del Dicasterio para el Servicio al Desarrollo Humano Integral, de la Santa Sede. Las injusticias provocadas por el cambio climático no han sido hasta ahora denunciadas de forma bella y responsable, como lo ha hecho el Papa. Quienes más se resienten del cambio climático son los más vulnerables, los que no son capaces de protegerse. Habrá que ir a las raíces de esta injusticia, si queremos frenar sus trágicas consecuencias. Siguiendo la estela de S. Francisco, debemos cambiar nuestra sensibilidad hacia la creación. El Papa ofrece una mirada sobre la conectividad de las personas, animales, ecosistemas... La pandemia del coronavirus es como un grito de la naturaleza que espera que las personas lo escuchamos y cambiemos nuestra forma de cuidarla. El futuro de las próximas generaciones pasa por la preocupación ecológica que lleve a tomar las medidas necesarias, como de hecho ya se está intentando con el Covid-19. El coronavirus es un síntoma de la crisis integral que estamos viviendo, de un planeta enfermo.

Salgamos a sembrar en tiempos de pandemia

Estamos empezando un nuevo curso pastoral ciertamente lleno de incertidumbres, debido a la pandemia, pero que es tiempo de Dios y tiempo de gracia. Por eso os pido que todos ponemos nuestra esperanza nuevamente en la acción poderosa de Dios, siempre callada y misteriosa, pero siempre eficaz. Es en el Señor que confiamos a la hora de recomenzar la vida pastoral de la Diócesis: el culto debemos mantener al máximo, y los sacramentos de salvación para las personas; la acogida de la gente que sufre; la catequesis y el esparcimiento, adaptados a la nueva situación; la caridad fraterna con Cáritas y Manos Unidas, y otros grupos; debemos incrementar la solidaridad en la medida que podamos; fallarán algunos voluntarios, tal vez, y tendremos que buscar en edades menos vulnerables; las reuniones habrá adaptarlas entre presenciales -siempre cumpliendo el número máximo permitido-, pero también telemáticas, para llegar a más gente; lo que vale también para las actividades formativas parroquiales, arciprestales y diocesanas; no dejamos la dedicación a los enfermos, imaginando nuevas formas de acercarlos los sacramentos; ayudamos en el cuidado de la vida espiritual; y sobre todo fomentamos la vivencia del domingo; no dejamos de participar en la Eucaristía dominical, y de vivir con la comunidad y el templo parroquial, y sólo cuando no se pueda, a través de los medios de comunicación.

"Salió el sembrador a sembrar..." (Mt 13,3ss). Nuevamente debemos "salir a sembrar" como nos pide la parábola, confiando en el Señor que todo lo puede, y orando por el trabajo pastoral de este nuevo curso, para que sea realizado según el estilo del Buen Pastor. Y lo hacemos desde la esperanza confiada que las semillas que sembraremos, Dios las hará germinar cómo y cuándo Él quiera, y en los que Él querrá y las acogerán... Nosotros "somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer" (Lc 17,10). Abandonemos la parálisis que el virus fomenta y los prejuicios sobre las personas, o las fuerzas que tenemos, o las graves dificultades de nuestro tiempo y el desinterés del ambiente. No nos dejemos vencer por el fatalismo del "todo es muy difícil" o el "no hay nada que hacer". Hay que salir de nosotros mismos, ir con Jesús a encontrar a la gente. Los tiempos reclaman una audacia nueva en la tarea evangelizadora. Sabemos que todos lo necesitan y que nuestra semilla es muy buena, es Cristo mismo. Él es la respuesta. Dejemos que el Espíritu Santo nos sorprenda y mueva los corazones de los que tal vez nos parecen irreductibles y cerrados. No demos nada ni nadie por perdido, por inútil, en orden a anunciar el Evangelio. S. Pablo recomienda "insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta, con toda magnanimidad y doctrina" (2Tm 4,2).

Necesitaremos creer en la fuerza eficaz de la oración. Ciertamente que somos pobres y débiles, y siempre necesitamos la ayuda de Dios. Él nos librará de la sed de éxito inmediato y visible, nos salvará de los miedos que paralizan, del orgullo que nos encierra, de las envidias, rivalidades y críticas que todo lo hacen estéril. ¡Amémonos y amemos a todos! Busquemos lo que nos une, lo que hay de positivo en cada persona, su deseo de felicidad y de salvación... Los "signos de los tiempos" nos animan a dar un salto cualitativo en la dedicación evangelizadora en nuestra Diócesis. Hay muchos que esperan que les anunciemos Jesucristo, que valoran la Iglesia y la dedicación de los sacerdotes, y que esperan que les ofrezcamos un ambiente sano para su familia y sus hijos, que los reconozcamos como amigos y hermanos, que les abramos las puertas y la solidaridad real, con una acogida cordial, humilde y paciente... ¡Seamos testigos de la Vida nueva del Resucitado!