Salgamos a sembrar en tiempos de pandemia
"Salió el sembrador a sembrar..." (Mt 13,3ss). Nuevamente debemos "salir a sembrar" como nos pide la parábola, confiando en el Señor que todo lo puede, y orando por el trabajo pastoral de este nuevo curso, para que sea realizado según el estilo del Buen Pastor. Y lo hacemos desde la esperanza confiada que las semillas que sembraremos, Dios las hará germinar cómo y cuándo Él quiera, y en los que Él querrá y las acogerán... Nosotros "somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer" (Lc 17,10). Abandonemos la parálisis que el virus fomenta y los prejuicios sobre las personas, o las fuerzas que tenemos, o las graves dificultades de nuestro tiempo y el desinterés del ambiente. No nos dejemos vencer por el fatalismo del "todo es muy difícil" o el "no hay nada que hacer". Hay que salir de nosotros mismos, ir con Jesús a encontrar a la gente. Los tiempos reclaman una audacia nueva en la tarea evangelizadora. Sabemos que todos lo necesitan y que nuestra semilla es muy buena, es Cristo mismo. Él es la respuesta. Dejemos que el Espíritu Santo nos sorprenda y mueva los corazones de los que tal vez nos parecen irreductibles y cerrados. No demos nada ni nadie por perdido, por inútil, en orden a anunciar el Evangelio. S. Pablo recomienda "insiste a tiempo y a destiempo, arguye, reprocha, exhorta, con toda magnanimidad y doctrina" (2Tm 4,2).
Necesitaremos creer en la fuerza eficaz de la oración. Ciertamente que somos pobres y débiles, y siempre necesitamos la ayuda de Dios. Él nos librará de la sed de éxito inmediato y visible, nos salvará de los miedos que paralizan, del orgullo que nos encierra, de las envidias, rivalidades y críticas que todo lo hacen estéril. ¡Amémonos y amemos a todos! Busquemos lo que nos une, lo que hay de positivo en cada persona, su deseo de felicidad y de salvación... Los "signos de los tiempos" nos animan a dar un salto cualitativo en la dedicación evangelizadora en nuestra Diócesis. Hay muchos que esperan que les anunciemos Jesucristo, que valoran la Iglesia y la dedicación de los sacerdotes, y que esperan que les ofrezcamos un ambiente sano para su familia y sus hijos, que los reconozcamos como amigos y hermanos, que les abramos las puertas y la solidaridad real, con una acogida cordial, humilde y paciente... ¡Seamos testigos de la Vida nueva del Resucitado!