Pidamos "Pastores Misioneros"
El Día del Seminario también nos recuerda que tenemos que presentar de nuevo la vida como "vocación" (cf. Francisco "Christus Vivit", "Cristo Vive" cap. 8). Dios nos quiere para algo más que para ser felices solos, ricos y egoístas; que la vida se vive de verdad dándola, regalándonos la, poniéndola al servicio de nuestro prójimo, a ejemplo de Jesús. Más allá de informar y de hacer una necesaria colecta de ayuda para apoyar la formación de los futuros ministros del Señor, el Día del Seminario debe ser una jornada comprometida de oración de intercesión llena de humildad y confianza. Sin oración no habrá vocaciones, no se escuchará la voz de Dios que llama, no crecerá la Iglesia, ni los discípulos evangelizadores. Sin oración no habrá formación de los pastores ni discernimiento evangélico. Sin oración, el Espíritu Santo no podrá darnos los amigos del Esposo que tanto necesitamos. La oración es actividad apostólica, no es perder el tiempo. Al contrario, cuando Cristo insiste en la necesidad de una evangelización universal y hace notar la falta de trabajadores, y envía a los apóstoles, paradójicamente no pide actividad sino oración: "Rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos" (Lc 10,2).
Hagamos nuestra la oración que la Comisión Episcopal para los Seminarios nos propone:
“¡Señor Jesús! Con amor ponemos en tus manos nuestros Seminarios, los formadores y profesores, y muy especialmente a todos los seminaristas del mundo, que se están preparando para ser “pastores misioneros”. Tú les amas con entrañas de misericordia. Haz que sean pastores que vayan donde Tú les envíes; que la Iglesia y el mundo sean los espacios abiertos de su misión. Sé Tú el centro de sus vidas para que te sigan como discípulos misioneros y a Ti se configuren, imitándote en todo, como los apóstoles. Que te sirvan con obediencia y pobreza, desoigan las voces de los poderes del mundo, y, llenos de caridad, te sirvan en los pobres y necesitados. Que su vida célibe no sea mediocre o inmadura, sino que todo lo entreguen a Ti y todo lo arriesguen, con esperanza y alegría. Señor, que siempre cuenten contigo, como Tú cuentas con cada uno de ellos, con cada sacerdote, para que anuncien la salvación y amen a todos con los latidos de tu corazón, gustando la dulce alegría de evangelizar en tu nombre. Gracias, Señor, por los seminaristas y los sacerdotes. Guárdalos en tu amor y en tu fidelidad. Amén.”