Feliz fiesta de la Navidad del Señor

"Las tinieblas cubren la tierra,
la oscuridad los pueblos
pero sobre ti amanecerá el Señor
y su gloria se verá sobre ti.
Caminarán los pueblos a tu luz,
los reyes al resplandor de tu aurora”.
(Isaías 60, 2-3)


2020 Fragment del retaule dEncamp segle XVII
Feliz fiesta de la Navidad del Señor,
que nos atrae humildemente a descubrirlo,
amarlo y acogerlo en nuestras vidas,
como María y José y los pastores,
como los Reyes Magos que llegaron de Oriente.

Jesús es la Luz
que disipa todos nuestros miedos
y las tinieblas del momento actual de la historia humana.
Atraviesa y deshace toda pandemia.
Dejémonos iluminar por Él
y seremos transparentes, humildes y llenos de caridad.

Navidad nos empuja a trabajar más y mejor
para fortalecer los lazos de la fraternidad y la amistad social.

Navidad nos hace entrar en el ámbito protector
de la Sagrada Familia de Nazaret.
Jesús, María y José nos revelan el valor
de la familia, del silencio, del trabajo y del amor compartido.

¡Santas fiestas de Navidad a todos!

+Joan-Enric Vives, Arzobispo de Urgell

Una Navidad más frágil pero más esperanzada

La Navidad que llega será una Navidad más frágil pero debemos intentar que sea más llena de esperanza y más reveladora de la Buena Nueva de Jesús. Estamos desconcertados y doloridos por la pérdida de seres queridos, por la angustia que planea en muchos corazones, por el sufrimiento de tantos ancianos solos, y de quienes los cuidan, por las familias desesperadas por el futuro de su trabajo, por los corazones angustiados por el desconcierto... Esperemos que la vacuna lo empiece a desactivar. Pero necesitamos la esperanza verdadera. Por eso escucharemos la noche de Navidad al profeta Isaías que nos quiere transformados y nos promete que Jesús llega con su Paz: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaba en tierra y sombras de muerte, y una luz les brilló. Acreciste la alegría, aumentaste el gozo... el yugo de su carga, lo quebrantaste... Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el principado, y es su nombre: «Maravilla de Consejero, Dios fuerte, Padre de eternidad, Príncipe de la paz»”. (Is 9,1-5).

Esta Navidad concreta, sin seguridades ni muchos programas de futuro, un poco más solos y sin reuniones ni abrazos, debe ser una Navidad austera y solidaria, ¡claro está!, pero sobre todo más humilde, más cercana al Pesebre de Belén, siendo más acogedores de Jesús, con un corazón bien dispuesto. Este año la Navidad nos pone a prueba. Debemos ser creyentes de Nazaret, del Magnificat y del Pesebre. Porque en Nazaret Dios se ha revelado como Aquel que, por María y José, cuenta con la humanidad débil. Elige una mujer débil y virgen, joven y sin poder, y la llena de su gracia. Y también José, los pastores, los magos... los hombres y mujeres de buena voluntad. Y también somos los creyentes del Magnificat, que alabamos al Señor desde nuestra pequeñez, y agradecemos sus maravillas y los dones recibidos, porque la misericordia triunfa y se extiende a todas las generaciones. Y somos los creyentes de Belén, nacidos por pura gracia del pesebre de Jesús, el lugar luminoso de la pobreza real y la más humilde.

Navidad revela la Encarnación del Señor, y nos lanza a vivir amando desde nuestra encarnación de cada día: vida austera y quizás anónima, sin fiestas ni encuentros, sin planes de futuro; con oración, palabra y eucaristía, escucha, reconciliación, caridad, diálogo con los próximos, sacrificio, perdón y fraternidad ofrecida a todos, creando otro tipo de comunidad, y siendo cercanos a los ancianos, los enfermos y los que no poseen nada... Mostrando nuestras convicciones y un testimonio no impositivo: sobre el valor de toda vida, la dignidad de cada persona, la acogida de los emigrantes, la unión con los hermanos cristianos y las otras religiones, el aguante en las críticas y persecuciones. El testimonio de la caridad, tal vez silenciosa y desnuda, sin imposiciones. Como lo hicieron Jesús, María y José. Esta Navidad es una oportunidad preciosa para captar y vivir lo esencial de la Encarnación, y vivirlo con paz y alegría, sin lamentaciones.

Pidamos la paciencia y la esperanza, virtudes activas, emprendedoras, portadoras de una felicidad "nueva". Estamos aprendiendo a vivir según los planes de Dios y no nuestros planes; sabiendo sufrir cuando toca, y sabiendo esperar contra toda esperanza. Sin que ello signifique dejar de soñar un mundo más justo, más fraterno y más pacífico. Por la pandemia podemos reconocer mejor a Dios en el silencio y el despego de nosotros mismos, de nuestros egoísmos y caprichos. Llega un Dios siempre mayor y misterioso, que viene a encontrar a los pequeños y los humildes, los que se hacen como niños. Un Dios Amor que nos invita al ideal más grande de amar como Él ama, y ​​que es nuestra alegría, mayor que las alegrías efímeras que encontramos en el mundo. ¡Que vosotros y vuestras familias, toda la Diócesis vivamos una Santa Navidad!

"El Señor me ha enviado para curar los corazones desgarrados"

Jesús, que nos viene a visitar y a salvar de nuevo en esta Navidad que se acerca, se hace suyas las palabras del profeta Isaías proclamadas en este domingo: "El Espíritu del Señor, Dios, está sobre mí, porque el Señor me ha ungido. Me ha enviado para dar la buena noticia a los pobres, para curar los corazones desgarrados, proclamar la amnistía a los cautivos, y a los prisioneros la libertad; para proclamar un año de gracia del Señor" (Is 61,1-2a). Revelan como entendía Jesús su venida y su ministerio de liberación, y nos hacen entrar en la profundidad de su Corazón. También nosotros nos hemos de dejar conducir por el Espíritu y así realizaremos las mismas obras de caridad, viviremos en la luz, y daremos gloria a Dios.

Vivimos tiempos de crisis dura y larga. Crisis sanitaria y económica que atraviesa el mundo y golpea personas y poblaciones, haciendo más patente la precariedad de la sociedad globalizada, y ello repercute en una especie de angustia existencial. Nos hacen sufrir los ancianos y los más vulnerables. Sólo desde la solidaridad encontraremos caminos de salida y de esperanza, con una redistribución más justa del trabajo y de la riqueza, y un ejercicio de las virtudes económicas, tales como la austeridad, la solidaridad y la promoción de actividades respetuosas con la dignidad de la persona humana, que nos devuelva la alegría de vivir y de preparar un futuro más humano.

Deberíamos valorar más todo lo que se está haciendo desde nuestras parroquias y desde las instituciones de ayuda y caridd, especialmente desde Cáritas y otras, con tantas personas voluntarias movilizadas, que están poniendo los recursos pastorales y de asistencia que la Iglesia tiene, al servicio de los afectados por esta pandemia. Es necesario que mantengamos este trabajo caritativo, y si puede ser lo aumentemos, con nuevas iniciativas que promuevan la solidaridad y la justicia. Debemos perseverar en el camino del servicio y la entrega generosa hacia los que más nos necesitan. Y es hora, también, de mirar adelante con fe y de trabajar con esperanza y más esforzadamente por el bien de todos. No podemos decaer en el esfuerzo, a pesar de la dureza de las circunstancias, y tenemos que trabajar con esperanza, en favor de la familia y del anuncio de la salvación que Cristo nos ha traído. Su Palabra nos da paz, y la pertenencia a la comunidad cristiana nos aporta gran confianza y la alegría de la salvación. Toman vigencia y actualidad, también, los principios orientativos de la Doctrina Social de la Iglesia, a los que es hora de redescubrir y difundir. Esta es también una de las propuestas del Papa Francisco en su última encíclica "Fratelli tutti", "Hermanos todos".

Jesús escogió nacer pobre, en un pesebre, y ser acogido en primer lugar por los pobres y por los que tienen un corazón de pobre. El pesebre de Jesús, que estos días preparamos en casa, nos enseña a valorar y apreciar a todas las personas, y con preferencia a los últimos de la sociedad. El pesebre es una lección perenne de humanidad. Jesús se acerca sin herir a la persona humana, salvándola desde la humildad. Y nos anima a luchar por vencer las pobrezas, que son un mal, y a trabajar para que el Reino de Dios avance, Reino de justicia, de amor y de paz. Preparemos la Navidad con una referencia constante a los necesitados, a quienes viven atrapados por las consecuencias lamentables de la crisis sanitaria, o que se angustian sin esperanza. Jesús viene “para dar la buena noticia a los pobres (...) y para proclamar un año de gracia del Señor ".

La Inmaculada nos dará pastores misioneros

El próximo martes es la gran fiesta de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el triunfo de la pureza y la inocencia en el mundo. Y este año, debido a la pandemia, se ha trasladado el Día del Seminario 2020, cuando rezamos y ayudamos al Seminario. La Inmaculada nos lleva a dar gracias por aquel "sí", aquel "fiat" generoso y único de María: "¡Hágase en mí, según tu palabra!" (Lc 1,38). Y desde ese sí, amamos a todos los seminaristas y sacerdotes que dan también su sí en respuesta a la vocación, y especialmente lo pronuncian el día de su ordenación sacerdotal. Un sí para cada día, para cada entrega de caridad pastoral, y sobre todo para cada eucaristía, cuando se hace verdad que cada sacerdote es "un don y un misterio" (S. Juan Pablo II), un instrumento de Cristo para que Él pueda hacerse presente en medio de su pueblo y lo pueda acompañar. Podemos aprender a acoger mejor a Jesús en la acogida que María le dio con toda la pureza de su vida fiel y llena de amor, sin sombra de pecado. La Virgen María sigue proponiendo "haced todo lo que Él os diga" (Jn 2,5), y nos ayuda a caminar con nuevo impulso en este Adviento que nos prepara para un seguimiento más fiel del Hijo de Dios que llega.

Bajo el lema "Pastores misioneros", acudimos a la Virgen Inmaculada para que nuestras Diócesis no carezcan de los servidores de Jesucristo, llenos del amor de Dios, que lo den a conocer con su testimonio valiente y coherente, que prediquen el Evangelio a un mundo tentado de indiferencia. Es necesario que sostengamos el Seminario, que es el corazón de la Diócesis, con todas las fuerzas de nuestro interés y generosidad. ¡Dios nos lo recompensará! Nótese que ellos serán los "pastores" y al mismo tiempo los "misioneros" que tanto necesitamos y que se forman inicialmente con un tiempo de discipulado y de configuración con Cristo en la comunidad apostólica del Seminario, y posteriormente continúan en formación permanente, como apóstoles del Señor, en todas las etapas de la vida sacerdotal, en la juventud y primeros años de ministerio, como después en la madurez, y en la ancianidad, ya que los sacerdotes están llamados a dar ejemplo de entrega a Dios y a los hermanos en todas las etapas de su vida.

El Día del Seminario también nos recuerda que tenemos que presentar de nuevo la vida como "vocación" (cf. Papa Francisco "Christus Vivit", "Cristo Vive" cap. 8). Dios nos quiere para algo más que para ser felices solos, ricos y egoístas; que la vida se vive de verdad dándola, regalándola, poniéndola al servicio de nuestro prójimo, a ejemplo de Jesús. Quizás debido a la pandemia que sufrimos, nos hemos dado cuenta un poco más de que también los sacerdotes son "esenciales" en la sociedad.

Que el Día del Seminario sea una jornada comprometida de petición humilde y confiada. Sin oración no habrá vocaciones, no se escuchará la voz de Dios que llama, no crecerá la Iglesia, ni los discípulos evangelizadores. Sin oración no habrá formación de los pastores ni discernimiento evangélico. Sin oración, el Espíritu Santo que actuó en María, no podría actuar ahora y darnos los amigos del Esposo que tanto necesitamos. Cuando Cristo insiste en la necesidad de una evangelización universal y, haciendo notar la falta de trabajadores, envía a los apóstoles, paradójicamente no pide actividad sino oración: "Rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Lc 10,2).