¡Santas fiestas de Navidad!

¡El gozo de la venida del Señor, el Mesías esperado,
con todo el poder de su ternura,
llene nuestros corazones y los transforme!
Llegó la Navidad.
Jesús, desde la pobreza y la indefensión de Belén,
nos atrae hacia la humildad y la sencillez.
Sólo un corazón sencillo conoce a Dios,
sólo un corazón humilde y pobre lo puede recibir,
sólo un corazón de niño,
deseoso de amar y de ser amado por completo,
puede conocer la felicidad del Amor que Dios nos da.

Dios es amor. Su poder es la ternura.
Él siempre nos ofrece su misericordia y su salvación,
y en estos días de nuevo lo podemos experimentar.
Seremos felices si nos dejamos transformar
por la salvación que Jesús nos viene a regalar
sin exigir nada a cambio;
sólo que nos dejemos amar y salvar por Él,
que nos abramos al perdón y la reconciliación,
que nos comprometamos a vivir la caridad

para con todos los que sufren, los más vulnerables.
En el hermano siempre está presente Dios mismo.

Fortalezcamos la fe y la confianza en Él,
porque así seremos realmente hijos de Dios en el Hijo Jesús.
Os deseo que estas fiestas de la Navidad de Cristo
sean fiestas con vivencia de familia,
de fraternidad y de acogida del prójimo, llenas de amor y alegría.

¡Feliz Navidad a todos!
fragment del retaule d’Encamp –Principat d’Andorra- del segle XVII

¡Cristo es nuestra esperanza!

Muchas noticias nos confunden y colorean de gris nuestra vida. Necesitamos reencontrar la esperanza, una esperanza elevada y grande, que no se conforme con las cosas materiales, que distraen tanto, o con las fruición de los sentidos, que en seguida se esfuman... ¿Qué puede dar sentido y esperanza a la humanidad? Algunos lo buscan en el progreso de la medicina o de las relaciones de solidaridad, en dar pasos adelante en el respeto de los derechos humanos y de las libertades, en el cese de las violencias, el terrorismo y la guerra... Seguro que este abanico de necesidades humanas solucionadas son tejido de la esperanza. Pero si somos sinceros, ¿eso nos basta? ¿Qué puede calmar la sed profunda de mayor realización como personas, de justicia justa, de mayor amor mutuo y, sobre todo, de vida para siempre?

¡Sólo Cristo es nuestra esperanza! ¡Sólo en Él podemos confiar y encontrar la verdadera Paz! "El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande... Acreciste la alegría, aumentaste el gozo", nos dirá el profeta Isaías (Is 9,1-2) la próxima noche de Navidad. La esperanza es un don que viene de Dios, es la certeza de que Dios no abandona la humanidad, y le pide que salga fuera de la comodidad, de los propios intereses, y abra su corazón a los demás, al Amor.

Jesús, nacido en Belén, es nuestra esperanza. "Dios, que no se reservó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él?" (Rom 8,32). Dios mismo se ha decidido a "encarnarse", hacerse hombre, igual que nosotros menos en el pecado, tomando sobre sí toda la maldad del mundo para vencerla y poner la luz de la esperanza auténtica, y en Él ya nos lo ha dado todo. Dios en Jesús ha querido "necesitar" de nosotros; se ha hecho débil y pequeño, humilde y servicial hasta dar su vida en rescate por todos... Si celebramos su nacimiento es porque nos ha salvado dando su vida por amor, en la cruz, y resucitando para abrirnos las puertas de la eternidad. Ya es posible ser hombre porque Cristo ha santificado y llenado de Espíritu Santo nuestra humanidad.

Y es que Dios ha querido necesitar de personas a quienes amar, a quienes perdonar todas las culpas, para lanzarlos a una gran esperanza, una vida sin fin, vida eterna de alegría y de amor, a existir para siempre en Él .

Estos días ya próximos a la Navidad, hagamos el pesebre, repasemos canciones, preparemos los encuentros de familia, de los amigos y de los compañeros del trabajo, no nos olvidemos de compartir solidariamente con los pobres... pero pasemos ante el pesebre de casa algún rato de silencio y oración. No dejemos de hacer el pesebre, porque en pequeño, podremos contemplar la gran obra de Dios, lo que Él ha hecho por ti y por mí, y por todos... Y, aún más, podremos contemplar "como" lo ha hecho, y "con quién" lo ha hecho: desde la parte de los débiles y los pequeños, desde el amor que todo lo da y atrae a darlo todo con perfecta alegría, con la entrega total de la Virgen María y de su esposo San José.

¡Pongamos todo nuestro interés en preparar bien estas fiestas de Navidad y miremos de ser atrevidos en amar como Cristo, que es nuestra esperanza!

Los pobres son los tesoros de la Iglesia

Preparar la Navidad ya cercana debe tener una dimensión espiritual profunda y al mismo tiempo nos debe llevar a ser más acogedores y más solidarios con las personas necesitadas y que sufren pobrezas diversas. El Adviento es tiempo de "mirar a la cara" a los pobres y las causas de la pobreza, para tomar decisiones y abrir el corazón al prójimo. Porque en el pobre llega el Señor que esperamos.

El Papa Francisco dijo en el Jubileo de las personas socialmente excluidas (13/11/2016) que en nuestro mundo "casi todo pasa, como el agua que corre; pero hay cosas importantes que permanecen, como si fueran una piedra preciosa. ¿Qué es lo que queda? ¿qué es lo que tiene valor en la vida? ¿qué riquezas son las que no desaparecen? Sin duda son dos: El Señor y el prójimo. La persona humana, colocada por Dios en la cumbre de la creación, es a menudo descartada, porque son preferidas las cosas que pasan. Y esto es inaceptable, ya que la persona es el bien más valioso a los ojos de Dios. No podemos acostumbrarnos a que nadie sea descartado. Que no se nos adormezca la conciencia y dejemos de prestar atención al hermano que sufre a nuestro lado o a los graves problemas del mundo". La Navidad ya próxima nos lo recuerda de nuevo. Cristo ha venido por todos, especialmente ha venido a "anunciar la buena nueva a los pobres y la liberación a los cautivos" (Lc 4,18).

Cuando el interés se centra en las cosas que hay que producir, en lugar de las personas a las que hay que amar, recordaba el Papa, estamos ante un "síntoma de esclerosis espiritual". Así nace la trágica contradicción de nuestra época: cuánto más aumenta el progreso y las posibilidades, lo cual es bueno, tanto más aumentan las personas que no pueden acceder. Es una gran injusticia que debe preocuparnos.

Al finalizar el Año jubilar de la misericordia (20/11/2016), el Papa Francisco nos acaba de enviar una Carta "Misericordia et misera" ("La misericordia y la miserable", expresión de S. Agustín) en la que explica que intuyó que, "como otro signo concreto de este Año Santo extraordinario, se celebre en toda la Iglesia, en el XXXIII domingo del tiempo ordinario, la Jornada mundial de los pobres. Será la preparación más adecuada para vivir la solemnidad de Jesucristo, Rey del universo, que se ha identificado con los pequeños y los pobres, y nos juzgará a partir de las obras de misericordia (cf. Mt 25,31-46). Será una Jornada que ayudará a las comunidades y a cada bautizado a reflexionar cómo la pobreza se encuentra en el corazón del Evangelio y sobre el hecho de que, mientras Lázaro esté sentado junto a la puerta de nuestra casa (Lc 16,19-21), no podrá haber ni justicia ni paz social. Esta Jornada constituirá también una genuina forma de nueva evangelización (cf. Mt 11,5), con la que se renueve el rostro de la Iglesia en su acción perenne de conversión pastoral, para ser testigo de la misericordia".

Vivámosla ya en espíritu en esta Navidad que llega, y tengamos mejor cuidado y atención de los verdaderos tesoros de la Iglesia que son los pobres, como exclamaba S. Lorenzo a sus perseguidores antes del martirio. Pobres de tantas y diversas pobrezas. ¡Que el realismo del amor nos conduzca a servirlos sin nunca descartarlos!

María, acogedora de la Palabra, esperanza del Adviento

En los inicios del Adviento que prepara la Navidad cristiana, y en vísperas de la gozosa y gran fiesta de la Inmaculada, os animo a fijar los ojos en la Virgen María, nuestra Madre del cielo, la Virgen del Adviento. Ella "conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón" (Lc 2,19). Nos enseña a acoger y obedecer la Palabra de Dios, y a mantener viva la esperanza en el Dios que llega, para hacerse uno de nosotros en Jesús.

Ella es la persona que mejor nos ayuda a vivir la esperanza del Adviento y a preparar con alegría cristiana la venida de Cristo. A confesar los pecados y entrar en un nuevo dinamismo de perdón, de humildad y de amor. Ella supo esperar al Señor y le ofreció la estancia de su Corazón Inmaculado; le dio su sí generoso y bien dispuesto, y vivió la caridad que, desde Dios, se difunde en nosotros y en quienes nos rodean. Por eso Ella es la Madre de la Esperanza, que nos guía por los caminos de la acogida del Reino de Dios.

María acoge y comunica la Palabra de Dios. En la Anunciación responde decidida y llena de fe: "He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Escucha la Palabra y la cumple (Lc 11,27-28). Sólo desde la escucha piadosa y atenta de la Palabra de Dios fue posible su "sí" a la Encarnación, sólo porque se fió de esta Palabra, la misma Palabra floreció en sus entrañas y germinó en el Hijo de Dios e Hijo suyo. María vivió absorta en la Palabra Dios y en su acogida. Conservaba y meditaba en su corazón todo lo que había visto y oído (cf. Lc 2,51) permaneciendo siempre fiel porque creyó en la Palabra: "Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá" (Lc 1,45).

Y el Magnificat que es un canto de la Palabra en María, nos muestra la profundidad de su alma; es la mejor muestra de María como mujer de la Palabra. Este poema es un tejido completamente realizado con hilos del Antiguo Testamento. Nos muestra que María se sentía como en casa con la Palabra de Dios: María vivía de ella, estaba configurada por ella. Hablaba y oraba con palabras de Dios; sus pensamientos eran los pensamientos de Dios. María estaba penetrada de la luz divina; por eso era tan espléndida, tan bella; por eso irradiaba amor y bondad. María, escuchando la Palabra de Dios y cumpliéndola, había llegado a la plenitud de la gracia, al modelo de la fidelidad a las Sagradas Escrituras y a la fecundidad espléndida que obra en la persona el amor del Espíritu Santo. Como María, sepamos decir sí a Dios, desde el silencio más profundo de nuestro interior; y dejemos que Dios intervenga en nuestra vida. Así estaremos llenos de una inagotable alegría.

Durante todo el Adviento, celebremos y confiemos en la Virgen Inmaculada que nos hará crecer en la calidez y la ternura para acoger a Jesús. Honorémosla y agradezcámosle el misterio de ser sin pecado concebida, toda de Dios, que nos estimula y atrae hacia la virtud y el bien siempre más grandes. Aspirando a lo máximo, seremos más felices, y no nos rendiremos a la ley del mínimo esfuerzo y del pecado tolerado como insuperable. Dios ha vencido en María el pecado del mundo, y nos quiere acogedores de su gracia, ya que Dios todo lo puede. Así daremos frutos de buenas obras. La aspiración no puede conformarse con poco; tiene que ser muy grande. ¡Aspiremos a la santidad!