Entremos con Jesús en el amor crucificado

Hoy comienza la gran Semana Santa y el Señor entra en Jerusalén
para sufrir su Pasión, y Resucitando, darnos la Vida.
A través de la Liturgia de estos días santos,
aclamemos el Misterio más grande y central de la fe cristiana,
el misterio pascual de la Muerte y Resurrección de Cristo.

Un hombre, un crucificado,
se nos revela como el Hijo de Dios, el Redentor de toda la humanidad,
que paga por todos, que carga con nuestros sufrimientos y los hace fructificar,
que tiene la única respuesta válida ante el dolor, el sufrimiento y la muerte ...

Todos nos hacemos preguntas.
Quien más quien menos, quiere tener una respuesta razonable
ante el enigma del dolor y de la muerte.
Es cierto que una Cruz es un suplicio atroz.
A Jesús lo han matado tras ser detenido de noche y a traición...
tras ser juzgado sumariamente, con acusaciones falsas.
Y se ha visto abandonado tratado injustamente,
Él, que siempre trató a todos tan misericordiosamente,
porque pasó toda su vida haciendo el Bien ...

Jesús nos convence con su pasión y su muerte
porque sabemos que es una muerte por amor.
Él vence el mal con el amor. Y lo consigue con la Cruz y la Resurrección.
Es porque ama mucho,
porque ama al Padre y ama a todos los hombres,
que Jesús se ha entregado a la muerte y a una muerte de Cruz.
Porque sólo el amor es creíble.
Y sólo una vida entregada con amor, merece ser seguida e imitada.
Por eso creemos en Cristo y confiamos en él.

Frente a tantas mezquindades, sufrimientos y dolor,
sobre todo el dolor de tantos inocentes,
emerge un rostro,
el rostro humillado y ensangrentado del Señor Jesús.
Este sí que es el Hijo de Dios.
En el rostro de Jesús resplandece el rostro todopoderoso-en-el-amor
del mismo Dios.
Desde ahora sabemos que Dios sufre,
que quiere sufrir con nosotros y por nosotros.
Que nuestras vidas le importan. Que no está lejos de ti, de mí,
de cada uno de nosotros, ni de los que sufren.
Porque sigue sufriendo en nosotros. Y nos redime.

Vivamos la Semana Santa participando en la liturgia de la Iglesia.
Aprenderemos una nueva manera de vivir y de amar:
con fe, confianza, perdón para todos, y amor que dé vida ...
¡Amemos como el Señor nos revela el Domingo de Ramos!

Familia y vida: para salir de la crisis

Desde el día de San José hasta hoy, Fiesta de la Encarnación del Señor, las diócesis de Cataluña estamos celebrando la Semana de la familia y la Vida. Son unos días especiales de mayor oración y sensibilización hacia estas realidades tan fundamentales para la vida de la sociedad y de la misma Iglesia, porque Dios mismo ama la vida, ya que el Señor "no es Dios de muertos, sino de vivos: porque para Él todos están vivos" (Lc 20,38).

El lema escogido por las Delegaciones de Familia y Vida de las Diócesis con sede en Cataluña ha sido significativo: "A más familia, menos crisis". Muchos reconocen que la crisis que estamos atravesando tiene raíces profundas. No es un simple problema económico o de gestión política. Es una crisis ética, de valores, de sentido de la vida.

La familia es un ámbito humanizador de primer orden. En la familia la persona es recibida con amor, aprende a amar y es preparada para vivir una vida con sentido. Ayudando a construir personas, contribuimos a mejorar el mundo. Por otra parte, los informes de realidades tan prestigiosas como Cáritas nos hacen ver cómo la institución familiar se ha convertido en un sustento imprescindible para que tantas personas no se hundan en la miseria. Siempre, pero hoy más que nunca, necesitamos familias fuertes y unidas, familias que se amen, que se perdonen y se apoyen en las dificultades. Familias donde los abuelos se sientan queridos, y donde los pequeños no se angustien por si sus padres se divorciarán, familias que se sacrifiquen los unos por los otros, donde haya amor y fidelidad, y donde se transmitan con normalidad los grandes valores de la existencia y de la fe... Apostar por la familia es apostar por el futuro y la Iglesia lo hace decididamente.

Hoy también celebramos la Jornada de la Vida, en la fiesta de la Encarnación del Señor en el seno de la Virgen María. La vida es el don más precioso que recibimos de Dios y la base de todo otro don. Las Delegaciones nos proponen todo un programa de acción cuando nos dicen: "Ama la vida, toda la vida". La opción decidida por la vida desde la concepción hasta la muerte natural constituye uno de los más importantes signos de los tiempos. Es cierto que la llamada "cultura de la muerte" ha hecho estragos en nuestras sociedades pero también es verdad que, cada vez más, se va abriendo camino un sentido claro del don de la vida y de su defensa. No hay duda de que se pueden dar avances significativos en este sentido, si todos nos implicamos con nuestra oración y nuestras acciones por que la vida humana sea querida y respetada en todos sus momentos y fases. Seguramente tendremos que ir contracorriente, pero el mundo de hoy necesita testigos creíbles e imitables en el convivir familiar y en el respeto sagrado a la vida humana. Como recomienda San Pablo: "Antes sí erais tinieblas, pero ahora, sois luz por el Señor. Vivid como hijos de la luz" (Ef 5,8).
El Hijo de Dios, por medio de aquel sí generoso de la Virgen María, asumió la vida humana, y se hizo hombre, para salvar a toda la humanidad. Y lo hizo insertándose en una familia que se ha convertido en espejo de todas las familias: la Sagrada Familia de Nazaret. Dios ha escogido la familia y la vida humana para realizar su mayor designio. Ha optado por la familia y la vida. Hagámoslo también nosotros. Es la mejor opción para superar esta crisis y todas las que puedan venir.

Pasión por el Evangelio

En la proximidad de San José, celebramos el Día del Seminario, la jornada dedicada a orar y a ayudar con nuestros donativos a nuestros seminaristas y a nuestro Seminario Diocesano. Jornada significativa e importante para toda la Iglesia diocesana, cuyo lema es este año "Pasión por el Evangelio". Demos gracias a Dios por la generosidad y la entrega de los 9 seminaristas que actualmente se están preparando al sacerdocio en nuestra Diócesis. Queremos seguir sosteniéndoles y animándoles, así como también a los jóvenes que en el futuro acojan la llamada del Señor a servir a su Iglesia y a trabajar por el Reino de Dios como sacerdotes. El próximo domingo, si Dios quiere, en el Santuario del Santo Cristo de Balaguer, tendré la alegría de ordenar diácono a uno de ellos, Mosén Alfonso Velásquez, nacido en Bogotá y bien arraigado en nuestras tierras y en nuestra Diócesis desde hace años. Él viene a sumarse a la multitud de buenos sacerdotes que ha tenido y tiene nuestra Diócesis, servidores de Cristo y los hermanos, con una vida totalmente entregada a la misión pastoral. Es como un compartir bienes entre Iglesias, ya que nosotros aportamos muchos buenos misioneros hace unos años a la Archidiócesis de Bogotá, y ahora son ellos los que vienen a servir y a cooperar en la nueva evangelización de Cataluña y de Europa. ¡Gracias, Señor!

En tiempos de gran individualismo, cuando la cultura dominante no ayuda a los jóvenes a tomar compromisos definitivos y a darse totalmente, y en un contexto social donde el celibato por amor a Dios y a los hermanos causa extrañeza, es motivo de acción de gracias que un joven se decida a seguir a Cristo, poniéndose al servicio de Cristo, de las comunidades cristianas y del anuncio del Evangelio, en un mundo que a menudo se muestra indiferente a su mensaje. Es un testimonio de la perenne juventud de la fe vivida y testimoniada con pasión, humildad, coherencia y sacrificio.

«He venido a prender fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya esté ardiendo!» (Lc 12,49). Esta era la "pasión" de Jesús y éste debe ser el deseo ardiente de sus discípulos, especialmente de aquellos que están llamados a ser representantes suyos en la tierra. La Buena Noticia de Jesús, su "Evangelio", es que Dios nos ama como Padre y se ha hecho definitivamente cercano a cada uno de nosotros en la persona de su Hijo. Desea extender el fuego de su amor apasionado por los hombres y mujeres de toda la tierra, y para que esto se realice tiene necesidad de personas que lo mantengan siempre encendido en sus propios corazones y que lo lleven a un mundo que tiene necesidad de su luz y de su calor. Necesitamos sacerdotes que mantengan vivo el fuego de las comunidades cristianas: curas entusiasmados y entusiasmadores, apasionados por la persona de Jesús y por su Evangelio, por la Iglesia y su misión en el mundo. Y necesitamos familias, escuelas y comunidades vivas que alimenten en los niños y jóvenes el amor por Jesús y su Iglesia, y les transmitan el Evangelio con una vida coherente y una enseñanza convincente. Lo tenemos que pedir a Dios con perseverancia, y por la poderosa intercesión de San José, el casto esposo de la Virgen María, y el custodio de Jesús.
El Señor también hoy sigue llamando trabajadores a su viña, no lo podemos dudar, a pesar de que las circunstancias actuales no ayuden mucho y los actuales adolescentes y jóvenes lo tengan más difícil en el momento de distinguir con claridad su voz. ¡Hagamos, pues, que la luz del Evangelio brille y pueda continuar atrayendo e iluminando a las nuevas generaciones! Y a la luz del Evangelio cada uno verá y entenderá la propia misión en la Iglesia y en la sociedad.

Estimularnos a la caridad y a las buenas obras

El Santo Padre Benedicto XVI, en el mensaje que ha dirigido a todos los fieles para la Cuaresma, propone como luz para nuestros pasos, en el camino de conversión y de crecimiento personal hacia la Pascua, las palabras de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad y a las buenas obras» (Hb 10, 24). Quiere que reflexionemos sobre lo que constituye el centro esencial de la vida cristiana: el amor. Y eso desde los tres aspectos que este versículo de la Escritura pone de relieve: la atención al prójimo, la reciprocidad y la santidad personal.
1. En primer lugar, está la invitación a fijarnos, a velar, a estar atentos, porque tenemos una responsabilidad hacia nuestros hermanos. Es lo que pide también el autor de la carta cuando invita a «fijar nuestra mirada en Jesús», el Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe (Hb 3,1). «Invita -dice el Papa- a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarnos extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos». En el cristiano, no puede haber desinterés hacia los demás porque «el gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios», y de esta conciencia nace una mirada que hace crecer la fraternidad y nutre la solidaridad.
Esto significa interesarse concretamente por las necesidades materiales del prójimo, pero conlleva al mismo tiempo desear su bien en todos los sentidos: físico, moral y espiritual. Por eso Benedicto XVI nos recuerda un aspecto de la vida cristiana que quizá ha caído en el olvido: la corrección fraterna. En una sociedad donde el individualismo y el relativismo ético están de moda, hay que redescubrir «la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad». Decirnos las cosas, y decírnoslas con amor.
2. Este anhelo de progresar juntos en la bondad y en la verdad, es lo único que tiene que motivarnos a fijarnos «los unos en los otros», porque el amor no es perfecto si no genera reciprocidad. La visión y la práctica cristianas son siempre personalistas, es decir, consideran el valor de cada ser humano como persona, pero nunca son individualistas, porque subrayan siempre al mismo tiempo la importancia de la comunidad y educan a buscar lo que «favorece la paz y lo que contribuye a la edificación mutua» (Rm 14,19), sin buscar el propio beneficio «sino el bien de la mayoría, para que se salven» (1Co 10,33). Las acciones de cada uno, en bien y en mal, influyen no sólo en uno mismo sino también en los demás, porque siempre nuestra existencia está entrelazada con la de los demás y tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social.
3. Por eso necesitamos caminar juntos «para estimularnos a la caridad y a las buenas obras». Este es el sentido de toda vida humana: crecer y desarrollar en nosotros un amor cada vez mayor y más profundo hacia cualquier prójimo, incluso el enemigo, y así llegar a ser perfectos en el amor como lo es nuestro Padre celestial (cf. Mt 5,43-48).
El tiempo de Cuaresma es un tiempo especialmente propicio para avanzar significativamente en este camino de santidad que la Iglesia año tras año nos vuelve a proponer. ¡El Espíritu Santo nos ayude a la conversión de corazón y al amor fraterno!

+ Joan-Enric Vives, Arzobispo de Urgell