Son los creyentes de la Cueva de Belén, las personas del pesebre, los que más nos ayudarán a vivir esta Navidad del Año de la fe. Fijemos nuestra mirada en aquellos que nos enseñan a creer a nosotros.
Sobre todo la que más nos ayudará es la Santísima Virgen María, toda pura y toda de Dios, la que "cree" y obedece, "hágase en mi" (Lc 1,38), y así engendra por la fe la Palabra eterna del Padre, que se hace carne en su seno virginal. En la cueva del pesebre Ella descansa feliz cerca de su hijito, lo arropa, lo amamanta, lo ama tiernamente y lo vela llena de fe y siempre atenta a Jesús. Todo lo guarda en su corazón y lo medita (cf. Lc 2,19). Ella es la Madre del Señor y nuestra Madre, que nos enseña a amar a Jesús totalmente, a darle toda la vida, a alegrarnos con su presencia y a darlo a la veneración de todos los que se acercan al portal...
San José es el esposo bondadoso de María, hombre de fe, justo y respetuoso, que tiene la misión de "custodiar" aquel niño que nace rodeado de misterio. Él nos enseña a acercarnos con respeto y reverencia a Cristo, a acogerlo, ya que "vino a su casa, y los suyos no le recibieron" (Jn 1,11). En el pesebre, siempre lo encontramos admirando, contemplando, meditando silencioso a los pies de Jesús y de María, ocupando un lugar humilde, y siempre atendiendo activamente a quienes buscan a Jesús...
Están los pastores y las mujeres del pueblo que adoran a Jesús con los ojos abiertos, sorprendidos. Le ofrecen sus cosas, porque las necesita. Han caminado en la noche, obedeciendo al ángel de la Anunciata que les ha dicho: "Hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor" (Lc 2,11). Y comparten lo poco que tienen para ayudar a un niño pobre, "recostado en un pesebre" (Lc 2,12). Siempre acudir cerca de los pobres y siempre ayudarles con lo que podamos...