Año de la Fe: el don del Concilio Vaticano II (2)

"El Concilio Vaticano II fue un gran y triple acto de amor", dijo Pablo VI al inaugurar el 4 º período conciliar (1965). Así resumía aquel magno acontecimiento eclesial que duró desde 1962 hasta 1965, pero que se venía preparando desde enero de 1959, cuando fue anunciado por Juan XXIII en S. Pablo extramuros, para sorpresa de todos. Amor a Dios, a quien la Iglesia a lo largo de los siglos quiere continuar fiel, amor a la Iglesia y amor a la humanidad y al mundo donde hace camino y al que quiere servir, especialmente a los pobres. "Sólo desde una perspectiva de fe, el acontecimiento conciliar se abre a nuestros ojos como un don, cuya riqueza está aún oculta y que hay que saber captar", afirmaba Juan Pablo II.

El Concilio ha configurado los católicos de ahora, a los mayores y los jóvenes. Unos tuvieron que hacer un fuerte cambio en muchos esquemas de su cultura católica, con nuevos modelos de interpretación y de comportamiento, ya que en continuidad con la tradición eclesial, significó una reforma esperada y necesaria, un aliento nuevo de vida y de acción del Espíritu Santo en todos los estamentos eclesiales. El Concilio trajo una gran reforma eclesial, preparada ciertamente decenas de años antes con los grandes movimientos litúrgico, ecuménico, bíblico y patrístico, y con la doctrina moral y social de los Papas llevadas a cabo por los laicos en medio de la sociedad, especialmente los movimientos espirituales y de acción católica comprometida en medio del mundo. Es lo que acabó llamándose "l'aggiornamento" (la actualización) de la Iglesia, que creó ilusión y empuje misionero, por más que como todo Concilio tiene una larga duración su aplicación, y no está exento de vaivenes o hasta de posiciones erróneas,en el momento de querer aplicarlo.
Y configuró a los jóvenes de entonces y los de ahora, que ya hemos vivido todos en una Iglesia posconciliar. Por más que hayan pasado 50 años de su celebración, el Concilio, todo concilio, es un evento "vivo" que nos ayuda a vivir hoy la fe y la conforma de muchas maneras, ya casi sin darnos cuenta de ello.

En este Año de la Fe necesitamos renovar el amor al don que significó el Concilio, conociéndolo mejor y actualizando la renovación que impulsó aquel apasionamiento positivo y esperanzado por la acción del Espíritu Santo, que continúa inspirando los caminos de la Iglesia, de sus pastores y sus fieles, y que nos guía por los caminos de la santidad y del amor hacia todos, como lo hizo con el Concilio Vaticano II. Debemos querer ser de nuevo una Iglesia en diálogo, y "hacernos diálogo" para todos, como decía Pablo VI. Su Encíclica "Ecclesiam suam" es la que ayuda a interpretar bien el Concilio Vaticano II y todo el pontificado de aquel gran y venerable Papa. En Cataluña fue el Concilio Provincial Tarraconense (1995) el que nos ayudó con sus resoluciones a comprobar cómo en aquellos últimos 30 años se había llevado a cabo la "recepción" del Vaticano II.

La letra del Vaticano II son sus documentos magisteriales: 4 Constituciones, dos de ellas dogmáticas sobre la Iglesia y la Divina Revelación, y las otras dos también normativas y renovadoras, Liturgia e Iglesia en el mundo, 3 Declaraciones, la más famosa y discutida sobre la Libertad religiosa; y 9 Decretos conciliares, los más destacados sobre los obispos, los presbíteros, la formación sacerdotal, el apostolado de los laicos, las misiones y el ecumenismo. Y la música para interpretarla bien son las encíclicas de Juan XXIII y de Pablo VI, sus alocuciones, y muchas intervenciones de Padres conciliares que dentro y fuera del aula ayudan a "sentir" con la Iglesia, tal como ella se define y se presenta ante el mundo.