Año de la Fe: 50 años del Concilio Vaticano II (1)

El día 7 de octubre pude concelebrar en Roma con el Papa en la apertura del Sínodo sobre la Nueva evangelización. Y el pasado jueves día 11, toda la Iglesia hemos iniciado un Año de la Fe, según el deseo del Papa Benedicto XVI. Coincidía en aquel día la fecha exacta de los 50 años del inicio del Concilio Ecuménico Vaticano II (1962-1965), el acontecimiento eclesial más importante del siglo XX. El beato Papa Juan XXIII lo había convocado con un espíritu de apertura y confianza en el Espíritu Santo, que guía siempre la Iglesia y la sostiene, y con anhelo pastoral, de hacer que el Evangelio resonara en los hombres y mujeres del siglo XX con mayor nitidez, abriendo las puertas para que el aire fresco del Espíritu renovara la fe y el testimonio cristiano de cara a un mundo que hacía siglos que se iba distanciando de la Iglesia. El objetivo era renovar la vida de la Iglesia, y adaptar su disciplina eclesiástica a las condiciones de nuestro tiempo.

En el Concilio participaron 2.540 padres conciliares, y en la bula de convocatoria (25.12.1961) Juan XXIII trazó un breve cuadro de la situación del mundo, rodeado de guerras y apartado de Dios, y de la vitalidad perenne de la Iglesia. Fijó 3 objetivos fundamentales del Concilio: demostrar la vitalidad de la Iglesia en aquel momento histórico, favorecer la unidad de los cristianos que estábamos separados y ofrecer al mundo una ocasión para conseguir la paz.

Juan XXIII en un Discurso de apertura memorable (Gaudet Mater Ecclesia, 11/10/1962), decía que quería que fuera un Concilio "pastoral": "Siempre la Iglesia se opuso a estos errores. Frecuentemente los condenó con la mayor severidad. En nuestro tiempo, sin embargo, la Esposa de Cristo prefiere usar la medicina de la misericordia más que la de la severidad". Y subrayaba que el objetivo principal del Concilio era la defensa y revalorización de la verdad, la custodia del depósito de la doctrina cristiana, haciendo que sea enseñado de la mejor manera posible. Asimismo se oponía a los profetas de calamidades: "En el cotidiano ejercicio de nuestro ministerio pastoral llegan, a veces, a nuestros oídos, hiriéndolos, ciertas insinuaciones de algunas personas que, aun en su celo ardiente, carecen del sentido de la discreción y de la medida. Ellas no ven en los tiempos modernos sino prevaricación y ruina; van diciendo que nuestra época, comparada con las pasadas, ha ido empeorando; y se comportan como si nada hubieran aprendido de la historia, que sigue siendo maestra de la vida, y como si en tiempo de los precedentes Concilios Ecuménicos todo hubiese procedido con un triunfo absoluto de la doctrina y de la vida cristiana, y de la justa libertad de la Iglesia. Nos parece justo disentir de tales profetas de calamidades, acostumbrados a anunciar siempre infaustos acontecimientos, como si el fin de los tiempos estuviese inminente". Después recuerda la necesidad, a modo de testigo ante el mundo, de la unidad de los cristianos.
El impacto del discurso en el mundo católico y el mundo laico fue positivo. Los deseos del Papa fueron bien recibidos, y la prensa subrayó varios elementos. El diario francés católico La Croix comentaba: «El discurso del 11 de octubre es el verdadero mapa del Concilio. Más que un ‘orden del día', define un espíritu. Más que un programa, ofrece una orientación».