El próximo Sínodo de los Obispos que se celebrará en Roma en octubre sobre "La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana", nos recuerda que nuestro tiempo exige un nuevo ímpetu evangelizador. Hay unos nuevos "escenarios" que han de convertirse en «lugares de anuncio del Evangelio y de la experiencia eclesial» (Instrumento de trabajo n. 51). El documento de trabajo del Sínodo, recientemente dado a conocer, define estos escenarios en los siguientes ámbitos: cultura, fenómeno migratorio, economía, política, investigación científica y tecnológica, medios de comunicación y pluralidad religiosa.
La finalidad de la nueva evangelización es, pues, la transmisión de la fe que la Iglesia vive, de una manera más adecuada a los tiempos actuales. Las condiciones históricas son diferentes respecto al pasado, y los contenidos esenciales de la fe, a pesar de ser siempre fundamentalmente los mismos, «tienen necesidad de ser confirmados y profundizados» (n. 94). Hay obstáculos internos y externos a la vida de la Iglesia, pero muchos signos positivos hacen esperar un renacimiento de la fe en el nuevo contexto cultural del siglo XXI.
El sujeto de la transmisión de la fe es la Iglesia, que se manifiesta visiblemente en cada Iglesia particular, presidida por un obispo. Lugares privilegiados de evangelización son la parroquia, «comunidad de comunidades» (n. 107), y la familia, «lugar ejemplar de evangelización» (n. 110). Todos los cristianos estamos llamados a la evangelización, y muy especialmente, los consagrados y los contemplativos, así como también los miembros de grupos apostólicos y movimientos.
Para reavivar la acción pastoral, es necesario aumentar localmente las ocasiones de un primer anuncio del Evangelio a un nivel lo más amplio posible, así como también consolidar el proceso de iniciación cristiana en la vida sacramental y un camino educativo que sostenga un compromiso cristiano más firme en las condiciones sociales y culturales actuales. Una nueva evangelización significa anunciar en todo lugar, con nuevo ardor, sin miedos y sin complejos, la verdad de Jesucristo, «Evangelio de Dios, para la fe de los hombres» (n. 169). Hagamos caso de la vivencia de San Pablo: "El hecho de predicar no es para mí motivo de orgullo. No tengo más remedio y, ¡ay de mí si no anuncio el Evangelio!" (1 Co 9,16).