Y el Papa hacía notar que era importante sobre todo el hecho de que también las personas que se declaran agnósticas y ateas nos deben interesar a nosotros como creyentes. Cuando hablamos de una nueva evangelización, estas personas tal vez se asustan. No quieren verse a sí mismas como objeto de misión, ni renunciar a su libertad de pensamiento y de voluntad. Pero la cuestión sobre Dios sigue estando presente también en ellos, aunque no puedan creer en concreto que Dios se ocupa de nosotros. Como primer paso de la evangelización debemos tratar de mantener viva esta búsqueda; debemos preocuparnos de que el hombre no descarte la cuestión sobre Dios como cuestión esencial de su existencia; preocuparnos de que acepte esta cuestión y la nostalgia que en ésta se esconde. De ahí la necesidad y las posibilidades de diálogo entre creyentes y no creyentes en el mundo actual, lo que el Papa llama "el atrio de los gentiles", entendido como un patio de encuentro (como el que había en el antiguo Templo de Jerusalén), para favorecer el intercambio entre católicos y agnósticos, y que ahora hay que ir concretando en las Diócesis y en otras instituciones. Hay que inventar "patios" de encuentro, lugares sagrados de escucha, diálogo mutuo, compartición, belleza y solidaridad, entre creyentes, ateos y agnósticos.
Aquella edición de la Cátedra y ahora el libro que recoge las ponencias, contó con la participación de Mons. Melchor Sánchez de Toca, subsecretario del Consejo Pontificio de la Cultura, el escritor y periodista Antoni Puigverd, y el Dr. Francesc Torralba, Director de la Cátedra de Pensamiento Cristiano de Urgell. Se indicaba que con todos los hombres y mujeres de buena voluntad estamos comprometidos a mejorar el mundo. Estemos más o menos "indignados" de cómo va el mundo actualmente, juntos podemos cambiarlo hacia la buena dirección de acoger y hacer presente el Reino de Dios, lo único que llena de sentido y contenido las esperanzas de los humanos, y lo único que sacia el hambre de amor eterno de toda persona.
Esta propuesta de Benedicto XVI es una decisión valiente, porque plantea en el ágora de la modernidad, cómo la fe y la razón no sólo no son contradictorias, sino que se necesitan mutuamente. Este diálogo no es fácil. Habrá que superar primero el dilema de un falso progresismo que nos obliga a elegir entre Dios y libertad, debiendo superar la tentación de edulcorar o disimular la propia identidad. Al menos, hay que empezar por derribar o rebajar los muros que nos impiden la posibilidad de hablar, y sobre todo tender puentes entre todo aquello que nos une, para buscar todos juntos la verdad en un mundo más justo, donde las personas sean respetadas en su dignidad.