"Cristo reina ya por medio de la Iglesia..." (6)

¡Santa Pascua de Resurrección! Celebrando la gloriosa Ascensión de Cristo en la alegría de la cincuentena pascual, seguimos admirando el misterio de la Iglesia enviada que, en la tierra, continúa la misión del Señor. Como los Apóstoles, también nosotros acogemos, disponibles, las luminosas palabras de Jesús: "Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación... Ellos se fueron a predicar por todas partes y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban" (Mc 16,15.20).

Tenemos que anunciar la Resurrección del Señor siendo Iglesia de los pobres. Con medios humildes y coherencia de vida, con un fiel seguimiento de Cristo pobre, humilde, obediente y servidor de los pobres. La Iglesia siempre será pobre, porque tiene que volver constantemente a la imitación de Jesús. Las riquezas la ahogan. Ella es hogar de los pobres y siempre quiere nacer entre los pobres, entendiéndolo como los que necesitan a Dios y todo lo consideran secundario, comparado con el amor de Dios. Servidora del Evangelio para los pobres y defensora de su causa. Promotora de la justicia y la solidaridad en todos los campos de la vida humana. Siempre en proceso de conversión radical al amor de Cristo.

Estamos llamados a ser la Iglesia del diálogo y el discernimiento. Diálogo entre los cristianos mismos, ecumenismo. Y diálogo con el mundo, con sus cuestiones más acuciantes. Para acoger, purificar y transcender lo que hay de bueno en la creación y la historia humana. Sin cristiandades ni guetos, sino siendo sal y semilla. Sin falsos complejos y fáciles optimismos. Los discípulos de Cristo debemos dialogar, escuchar el grito de los que sufren, y ser ante todo Iglesia misericordiosa, que cura y hace llegar a todos el consuelo del Señor.

De la Pascua nace una Iglesia misionera en una sociedad fuertemente secularizada. "La secularización acaba por ser un proceso de falsificación del hombre, a través del cual las personas o instituciones van eliminando la transcendencia, reduciendo lo real a la pura temporalidad y acomodándose a una situación mundana" (Fernando Sebastián). Por ello es necesaria una "nueva evangelización" que ayude a eliminar los complejos, aporte la alegría de ser cristiano y la belleza de la fe católica, superando las tentaciones del elitismo o de la impaciencia pastoral, y ofreciendo nuestra fe a los que no creen, como una gran promesa de vida y de felicidad, y no sólo como unas normas morales a cumplir.
El laicismo emergente no debería conducirnos a una respuesta visceral por parte de los cristianos, sino a una actitud serena y al mismo tiempo firme. Sin caer en la lógica de la acción-reacción, tan azuzada por los medios de comunicación. Es necesario que demos un testimonio humilde y a la vez público y valiente de lo que se sabe y se cree en la interioridad más íntima. Y defender la presencia pública de las creencias religiosas. Lejos de convertirnos en un grupo de poder y de influencia mediática y social, las comunidades y sobre todo las asociaciones de seglares cristianos, han de ser testigos visibles de Cristo en el mundo. No debemos perder de vista que lo que nos da credibilidad es la coherencia cristiana y no el número o el poder. Hemos de desear una presencia de servicio, tolerante y dialogante, pero firme y decidida, crítica con lo que nos quieran imponer y sobre todo denunciadora de todo tipo de manipulación. El Espíritu Santo nos ayudará, y tenemos la promesa de Jesús: "Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos" (Mt 28,20).