Estimularnos a la caridad y a las buenas obras

El Santo Padre Benedicto XVI, en el mensaje que ha dirigido a todos los fieles para la Cuaresma, propone como luz para nuestros pasos, en el camino de conversión y de crecimiento personal hacia la Pascua, las palabras de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estimularnos a la caridad y a las buenas obras» (Hb 10, 24). Quiere que reflexionemos sobre lo que constituye el centro esencial de la vida cristiana: el amor. Y eso desde los tres aspectos que este versículo de la Escritura pone de relieve: la atención al prójimo, la reciprocidad y la santidad personal.
1. En primer lugar, está la invitación a fijarnos, a velar, a estar atentos, porque tenemos una responsabilidad hacia nuestros hermanos. Es lo que pide también el autor de la carta cuando invita a «fijar nuestra mirada en Jesús», el Apóstol y Sumo Sacerdote de la fe (Hb 3,1). «Invita -dice el Papa- a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarnos extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos». En el cristiano, no puede haber desinterés hacia los demás porque «el gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios», y de esta conciencia nace una mirada que hace crecer la fraternidad y nutre la solidaridad.
Esto significa interesarse concretamente por las necesidades materiales del prójimo, pero conlleva al mismo tiempo desear su bien en todos los sentidos: físico, moral y espiritual. Por eso Benedicto XVI nos recuerda un aspecto de la vida cristiana que quizá ha caído en el olvido: la corrección fraterna. En una sociedad donde el individualismo y el relativismo ético están de moda, hay que redescubrir «la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad». Decirnos las cosas, y decírnoslas con amor.
2. Este anhelo de progresar juntos en la bondad y en la verdad, es lo único que tiene que motivarnos a fijarnos «los unos en los otros», porque el amor no es perfecto si no genera reciprocidad. La visión y la práctica cristianas son siempre personalistas, es decir, consideran el valor de cada ser humano como persona, pero nunca son individualistas, porque subrayan siempre al mismo tiempo la importancia de la comunidad y educan a buscar lo que «favorece la paz y lo que contribuye a la edificación mutua» (Rm 14,19), sin buscar el propio beneficio «sino el bien de la mayoría, para que se salven» (1Co 10,33). Las acciones de cada uno, en bien y en mal, influyen no sólo en uno mismo sino también en los demás, porque siempre nuestra existencia está entrelazada con la de los demás y tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social.
3. Por eso necesitamos caminar juntos «para estimularnos a la caridad y a las buenas obras». Este es el sentido de toda vida humana: crecer y desarrollar en nosotros un amor cada vez mayor y más profundo hacia cualquier prójimo, incluso el enemigo, y así llegar a ser perfectos en el amor como lo es nuestro Padre celestial (cf. Mt 5,43-48).
El tiempo de Cuaresma es un tiempo especialmente propicio para avanzar significativamente en este camino de santidad que la Iglesia año tras año nos vuelve a proponer. ¡El Espíritu Santo nos ayude a la conversión de corazón y al amor fraterno!

+ Joan-Enric Vives, Arzobispo de Urgell