Salgamos al encuentro de los emigrantes y abramos puertas

La Jornada de las migraciones, que este año tiene por lema "la nueva evangelización y las migraciones", nos anima a "salir al encuentro y abrir las puertas" a quienes han llegado entre nosotros por razones de supervivencia, de trabajo, culturales o incluso de asilo político. Y debemos promover hacia ellos una obra de evangelización con nueva fuerza y maneras renovadas en un mundo donde las fronteras se difuminan. Dios espera que les anunciemos a Cristo. Ya lo reflexionamos los Obispos de Cataluña hace un año, en nuestro documento "Al servicio de nuestro pueblo".

Es cierto que Cataluña tiene que hacer frente a un nuevo reto, exigente, que es el flujo migratorio de personas procedentes de países extracomunitarios, que implantan entre nosotros categorías culturales y costumbres muy diferentes de las nuestras. Esto ocasiona un cierto distanciamiento y una marginación social, a menudo agravada por la situación de precariedad y pobreza, provocada por la crisis económica. Hay que tener en cuenta lo que Benedicto XVI afirma al respecto, que «es un fenómeno complejo de gestionar; sin embargo, está comprobado que los trabajadores extranjeros, no obstante las dificultades inherentes a su integración, contribuyen de manera significativa con su trabajo al desarrollo económico del país que los acoge, así como a su país de origen a través de las remesas de dinero. (...) Todo emigrante es una persona humana que, en cuanto tal, posee derechos fundamentales inalienables que han de ser respetados por todos y en cualquier situación» (Caritas in veritate n. 62).

Nuestra tradición moral para con los forasteros nos viene heredada del Antiguo Testamento que manda no oprimir al inmigrante (Ex 23,9; Lv 19,33-34) y nos viene sellada con el Nuevo Testamento, que revela que Jesús mismo se identifica con el forastero que es acogido (Mt 25,35). Por eso los cristianos estamos siempre invitados al amor generoso hacia el inmigrante y tratamos de practicarlo a través de todos los organismos eclesiales de servicio social y caritativo. El objetivo debe ser doble. Debemos hacer un esfuerzo para garantizar los derechos de los recién llegados, para que sean tratados siempre con la dignidad que corresponde a toda persona humana, especialmente si sufren formas de vulnerabilidad social y económica. Y al mismo tiempo también hay que ayudarlos a integrarse en nuestra cultura y en nuestra sociedad, sin que pierdan sus peculiaridades propias y legítimas. Esto resultará más urgente, tratándose de derechos y deberes regulados por la ley. Y de esta integración se derivará también una renovación de nuestras comunidades cristianas, pues muchos son católicos, pero también una renovación de la sociedad catalana, como la larga tradición de nuestra cultura muestra ampliamente con las aportaciones de las diversas emigraciones, realizándose así un noble intercambio de dones recíprocos. Siempre habrá que superar todo egoísmo nacionalista por parte de los pueblos que acogen, y a la vez «los inmigrantes tienen el deber de integrarse en el país de acogida, respetando sus leyes y la identidad nacional» (Benedicto XVI, Mensaje para las migraciones de 2011).

La nueva evangelización reclama que seamos aún más coherentes para testimoniar nuestras convicciones, tanto hacia los emigrantes que ya son cristianos y necesitan que les abramos nuestras familias y comunidades con confianza, como hacia los que aún no conocen a Cristo y podrán llegar a la fe, si nos ven convencidos en nuestra fe y generosos, solidarios y acogedores para con todos.