¿Y si lo leyéramos todo en clave de "servicio"? En Cristo todo es "servicio", donación de vida y de caridad. En el momento de su Bautismo, cuando más se humilla como si fuera un pecador, Dios revela que aquel hombre "es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 3,17). Es el Siervo de Dios que todo lo salva, como describe el profeta Isaías. Su esencia es ser Hijo, engendrado por el Padre, desde toda la eternidad, que ha descendido hasta nosotros por amor, para manifestar y comunicar el amor del Padre y realizar la redención de la humanidad (Jn 1,1-18). Él ama al Padre totalmente, es Uno con el Padre (Jn 10,30), dice lo que el Padre le ha enseñado, y hace siempre lo que le place (Jn 8,28-29). Vive despojado de sí mismo para ofrecer las palabras que ha recibido del Padre. Él mismo es la Palabra del Padre que salva al mundo, lo reconcilia con Dios y lo crea de nuevo. Él "a los hambrientos los colma de bienes", los bienes de la salud, compañía, consuelo, reconciliación, paz... Y lo hace, haciéndose "carne", con un estilo propio: la debilidad, la inocencia, la bondad, que convencen. "Sólo el amor es digno de fe", decía el teólogo Urs von Balthasar. Jesús comprendió su misión como un "servicio": "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20,28).