Por el bautismo somos servidores de Dios y de los hermanos

El tiempo litúrgico de Navidad, que este domingo concluye con la fiesta del Bautismo del Señor, es breve pero muy intenso y luminoso. En este año, ha durado dos semanas, pero con muchas fiestas en su interior, que contemplamos con agradecimiento y estupor: Dios hecho hombre en el seno de una Virgen, su Nacimiento y su radiante Manifestación como Hijo de Dios en carne humana débil y misteriosa, la venida de los humildes pastores y de los magos paganos, el cumplimiento de las promesas. Jesús todo lo realiza "para reconstruir lo que estaba caído y restaurar de este modo el universo, para llamar de nuevo al reino de los cielos al hombre sumergido en el pecado" (prefacio II de Navidad).

¿Y si lo leyéramos todo en clave de "servicio"? En Cristo todo es "servicio", donación de vida y de caridad. En el momento de su Bautismo, cuando más se humilla como si fuera un pecador, Dios revela que aquel hombre "es mi Hijo amado, en quien me complazco" (Mt 3,17). Es el Siervo de Dios que todo lo salva, como describe el profeta Isaías. Su esencia es ser Hijo, engendrado por el Padre, desde toda la eternidad, que ha descendido hasta nosotros por amor, para manifestar y comunicar el amor del Padre y realizar la redención de la humanidad (Jn 1,1-18). Él ama al Padre totalmente, es Uno con el Padre (Jn 10,30), dice lo que el Padre le ha enseñado, y hace siempre lo que le place (Jn 8,28-29). Vive despojado de sí mismo para ofrecer las palabras que ha recibido del Padre. Él mismo es la Palabra del Padre que salva al mundo, lo reconcilia con Dios y lo crea de nuevo. Él "a los hambrientos los colma de bienes", los bienes de la salud, compañía, consuelo, reconciliación, paz... Y lo hace, haciéndose "carne", con un estilo propio: la debilidad, la inocencia, la bondad, que convencen. "Sólo el amor es digno de fe", decía el teólogo Urs von Balthasar. Jesús comprendió su misión como un "servicio": "El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos" (Mt 20,28).

Y nuestro bautismo, ¿no nos ha hecho servidores de Dios y de los hermanos? Por gracia, todo cristiano es "otro Cristo" (alter Christus). Navidad y Epifanía nos llevan a descubrir que la misión del discípulo es hacer presente el amor de aquel Niño silencioso y necesitado de ayuda. El cristiano es un servidor. No podemos vivir nuestro "servicio" como un puro activismo (cf. Lc 10,41), sino que necesitamos buscar primero lo más importante y necesario, y aprender a realizar en concreto la síntesis de ser "contemplativos en la acción". Probablemente hoy lo más necesario es el testimonio sobre Dios, que reclama que seamos personas de oración y de unión con Él: servidores del anuncio y el testimonio creíble sobre Dios. Y al mismo tiempo un testimonio que se trasforme en servicio generoso en las mil y una necesidades que encontramos entre nuestros hermanos, en el mundo que queremos que acoja el Reino de Dios. Lo aprendemos, estos días, de la Virgen María y de San José, humildes servidores del misterio del Hijo de Dios. Igualmente nos ayudan los ángeles, los pastores y los magos: anuncian, van, dan, preguntan, hablan, caminan, siguen la estrella... con alegría. Y así mismo los servidores de las bodas de Caná, que ponen el agua, negando su propia voluntad con una aceptación obediente de Cristo y de su Palabra poderosa. Y a lo largo del Evangelio vamos aprendiendo a preparar la cena pascual de Jesús, a estar firmes al pie de la Cruz y a ser testigos valientes de la Resurrección. Creyendo sin ver...
Pidamos la gracia de ser servidores de Dios y servidores de los hermanos en todas sus necesidades. Enviados de dos en dos, con un estilo evangélico sencillo y pobre, anunciando la Paz del Reino a todos y en todas partes. Agradezcamos nuestro bautismo que nos ha hecho realmente hijos de Dios, y servidores suyos en Cristo.