"En su trato sean amables con todos, para conquistarlos a Jesucristo y ganarlos para el Cielo. Cuando estén enojadas o enfadadas no reprendan a nadie, porque la reprensión en dicho acto es inútil, ni hace buen efecto, ni es causa de enmienda en persona alguna. Sé de cierta persona, que cuando tiene motivo de estar disgustada lo mira bien, considera y entonces habla más bajito y cariñoso a los mismos domésticos y a los que le dan motivo de disgusto o enojo. Esto es hijas mías, sobreponerse, saber gobernar y ser superior a sí mismo.
"Sean humildes de corazón, no sólo de palabras; ya saben que Jesucristo vino al mundo, para corregir y detestar la soberbia, enseñando la humildad con sus actos. No son humildes las personas que a cada paso se llaman miserables, pecadoras. Sean amantes de la santa pobreza y no busquen comodidades, ni comidas exquisitas; si se las dan, tómenlas sin temor de faltar a la pobreza. Amen los desprecios, sin buscarlos ni pretenderlos, sino tomándolos del modo que vengan, por amor a Jesús. Conviene registrar el corazón para ver si alimenta alguna afición desordenada, y si la halla, exponga sus repliegues al Padre Director espiritual, porque no adelantará en la santidad la que así no lo haga. No tengan celos ni envidias; si alguna tiene estas pasiones, lleve de ello examen particular hasta verse corregida. Cada día, sin rutina y con fe ardiente, antes de acostarse, pregúntense: ¿Podrías hoy, presentarte ante Dios? Cuando llega el examen de la noche siempre me pregunto si he cumplido bien todos mis actos; si no es así tengo un pesar. Si bien lo he sabido ordenar, siento consolación y me parece que Dios está contento. Procuremos guardar la presencia de Dios que en la oración hayamos conseguido; en todo sitio y distribución, tener a Dios presente. Así, en las clases, trabajo, cocina, refectorio, recibidor; siempre, siempre, tener a Dios presente. ¡Oh, cuán hermosa es la práctica de la presencia de Dios y cómo eleva todas nuestras obras!