"Lo que yo quiero es amor y no sacrificios" (Mt 9,13)

Adentrados en el camino de conversión hacia la Pascua y después de escuchar los relatos de las tentaciones y de la transfiguración del Señor, que siempre se proclaman en los dos primeros domingos de Cuaresma, la Iglesia quiere que acojamos con fe, desde hoy hasta el domingo Ramos o de la Pasión, tres relatos evangélicos que hablan de la misericordia paternal y paciente de Dios, que siempre espera nuestra conversión.

Este tercer domingo brilla la paciencia del viñador con la higuera estéril, "a ver si en adelante da fruto" (Lc 13,9). El domingo que viene nos revela el amor indefectible del Padre misericordioso, que atrae al hijo pródigo y suplica al hijo mayor que sea también misericordioso, porque "este hermano tuyo, estaba muerto y ha vuelto a la vida; lo dábamos por perdido y lo hemos encontrado" (Lc 15,32). Y, abundando, el quinto domingo se nos mostrará el amor de Jesús por la mujer adúltera, que pudo escuchar unas palabras nuevas, liberadoras, llenas de compasión, "tampoco yo te condeno; vete, y de ahora en adelante no peques más" (Jn 8,11).

Y es que Jesús se interpreta a sí mismo y se revela como la misericordia de Dios llegando al mundo, y transformándolo, ya que con él llega el perdón de los pecados, el rescate del mal y el amor que todo lo vence, hasta las cruces y la muerte misma. "Id a aprender qué significa aquello de: "Lo que yo quiero es amor y no sacrificios" (Mt 9,13, citando al profeta Oseas 6,6). Este es el triunfo pascual que nos disponemos a celebrar, en verdad y con obras de conversión.

Quien nos asegura que quiere amor, misericordia, y no sacrificios, es Jesús, Aquel que ofreció el sacrificio más perfecto de sí mismo a Dios. Y este sacrificio era al mismo tiempo la revelación suprema del Padre, que es "rico en misericordia" (Ef 2,4).

Durante la Cuaresma los cristianos meditamos arrodillados el misterio del sacrificio y de la misericordia, e intentamos, a partir de ahí, construir tanto nuestra vida espiritual, interior, como nuestra acción y nuestro servicio al prójimo y al mundo. Tenemos que entrar muy profundamente en este misterio del sacrificio de Cristo, para llevar a cabo cada día nuestra misión, que es una misión de misericordia y de amor. Y transformados por la gracia de Jesucristo, ese amor siempre será más grande, más victorioso que el mal, por impenetrable y oscuro que éste pueda parecernos.

Tenemos que entrar muy profundamente en el misterio del sacrificio de Cristo para que en nuestra vida brille la misericordia hacia todos. Empezando por aprender a perdonarse a uno mismo (¡tantas personas llevan una herida en su interior, porque no se han aceptado ni perdonado!). Y continuando por perdonar y aceptar a los demás con sus deficiencias y pecados, ¡siempre tratando de no tener enemigos, ni rencores, sino sólo amigos y gente querida! Y finalmente abrir el corazón a Dios, dejarse amar y curar por su gracia y su perdón; hacer la paz con nuestro Padre, y regresar a sus brazos y a su amor, que todo lo puede y todo lo vence . "La conversión consiste en volver a Dios, el ‘retorno' más importante, el único que merece ser tenido en cuenta", afirma José M ª Cabodevilla en un conocido libro sobre "El Padre del hijo pródigo".