Recibid el Espíritu Santo! (Jn 20,22)

Cristo ha resucitado!
Y quiere que celebremos la Pascua granada de los frutos del Espíritu!
En la Vigilia Pascual celebramos que el Espíritu Santo nos es dado
y llena nuestros corazones,
porque confesamos que el Señor ha resucitado del sepulcro,
y ha redimido el mundo con su pasión y su cruz.
Todo es obra del Espíritu, y la Pascua así nos lo revela!
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Pascua es Cristo Resucitado haciéndose Pan eucarístico (6)

La Vigilia pascual culmina en el momento en que partimos el pan eucarístico y lo comemos, después de invocar al Espíritu Santo creador y transformador sobre las ofrendas y sobre la Iglesia reunida en comunión y enviada a la misión: "El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6,51). Es así como realmente viene el Señor Resucitado, el mismo que se apareció a los apóstoles, y que se nos "aparece" a nosotros ahora, y nos hace participar de su Vida nueva, ofrecida en sacrificio por todos. Pascua es el Pan vivo bajado del cielo, partido en la cruz para salvar al mundo, y para que el mundo tenga vida eterna. Es así como lo reconocieron los dos discípulos de Emaús, "cuando se hubo puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, dijo la bendición, lo partió y se lo dio. En aquel momento se les abrieron los ojos y le reconocieron" (Lc 24,30-31). Es el Espíritu Santo quien nos ayuda a reconocer la presencia salvadora de Jesucristo en la celebración eucarística, y más concretamente bajo el velo del pan y del vino consagrados, que son realmente y contienen la totalidad de la persona de Jesucristo, hecha presencia bien real y amorosa.
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Pascua es la Iglesia reunida y enviada (5)

El gran fruto de la Pascua, que perdurará por el Espíritu que siempre la renueva, es el nacimiento y el envío de la Iglesia, la comunidad de los renacidos por el agua y el Espíritu Santo. Pascua debe conducirnos a una renovada estimación y fidelidad hacia la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios. La Iglesia nace de la Pascua, de aquel costado abierto de Cristo de donde manaron sangre y agua (Jn 19,34), signos de los sacramentos del bautismo y la Eucaristía, y del pie de la Cruz donde Jesús hace que se unan su Madre, y el discípulo que Jesús amaba (Jn 19,27), para que sean el germen de la nueva comunidad (o ekklesía) de los redimidos, reunidos por el Resucitado, que en Pentecostés, los envía a dar testimonio de la Resurrección en todo el mundo (Mt 28,19). Hasta hoy, de Pascua en Pascua, y como un nuevo prodigio de Pentecostés, las diferencias se encuentran en la unidad, y se extiende por toda la tierra el anuncio de la salvación. Dios recrea una comunidad nueva donde todos somos hermanos y donde todo lo tenemos en común, ya que está bien fundamentada por el Espíritu en el amor que viene de Dios y que aspira siempre a la plena comunión, la misma que hay en el interior de la Santísima Trinidad.
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Pascua es fe y testimonio (4)

Una vez bendecida el agua que tiene que dar nueva vida a los hijos de Dios que serán bautizados en la Noche de Pascua o durante todo el tiempo pascual, la comunidad reunida renueva su fe en la verdad que Jesucristo nos ha revelado y que la Iglesia nos ha transmitido fielmente. El sacerdote nos exhorta a "renovar las promesas del bautismo, por las que en otro tiempo renunciamos a Satanás y a sus obras, y prometimos servir a Dios fielmente en la santa Iglesia Católica".

Y así es como, personalmente, respondemos con alegría y estremecimiento -porque ahora conocemos mejor las dificultades para ser fieles al Señor-, y con mucha esperanza, porque estamos convencidos de que el Espíritu del Resucitado nos seguirá ayudando en el camino del compromiso cristiano y de la fe: "¡Sí, renuncio!" y "¡Sí, creo!". Hay que renunciar de nuevo al mal y al pecado para poder vivir en la libertad de los hijos de Dios. Y hay que confesar la fe, para vivir salvados, para obtener la gracia más grande: ser hijos de Dios y saborear ya la vida eterna. San Pablo afirma: "Si con los labios confiesas que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le ha resucitado de entre los muertos, te salvarás. Quien cree de corazón, recibe la justicia; quien confiesa con los labios, obtiene la salvación" (Rom 10,9-10). Es Dios mismo quien hace posible la confesión de la fe, es el Espíritu Santo quien habla en nosotros, y nos abre el corazón para creer y esperar.

Pascua es fe, ciertamente. Aquella fe que recibimos de la Iglesia (padres, padrinos, catequistas, sacerdotes...) que nos ha ayudado, y nos ha estimulado. Y que las pruebas y dificultades, pecados y tibiezas, también han ayudado a crecer, a hacerse más fuerte, más audaz, más humilde, más entregada. El fundamento de toda nuestra fe es la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, por esto la fe siempre es fe pascual. No creemos en unas ideas, sino que creemos en una persona, Jesucristo, y por Él tenemos acceso a la Revelación divina. Lo ha dicho bellamente Benedicto XVI: " Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva."("Dios es amor" 1). ¡Creo, Señor, pero ayúdame a creer más y mejor, sin miedos ni cobardía!

Pascua es testimonio valiente. Los apóstoles y los discípulos, las mujeres, todos los que reciben la gracia de "ver" al Señor, quedan transformados y salen sin miedo y con valentía a testimoniar lo que han visto y oído. Pascua nos hace testigos suyos. No podemos callar, ni podemos dejar de proclamarlo bien alto. Todo ha cambiado desde la Resurrección, y vale la pena vivir siguiendo los pasos y el estilo de vida que propone Jesús, las Bienaventuranzas, como en Galilea. Así lo vemos en el día a día. Mientras nos acompaña, hasta el fin del mundo. Habrá que ser valientes y llevar su luz a todos los rincones de la existencia humana, para que todo quede acogido, curado, elevado y transfigurado. Esta es la raíz del compromiso cristiano de vida. Para que el mundo conozca a Cristo, crea en Él y le ame.

Esta Pascua le volvemos a decir, con los apóstoles: "Señor, ¿a quién iríamos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios "(Jn 6,69). Señor, haz que te conozca, que te ame y que sea siempre testigo valiente de tu Resurrección.