La Palabra, luz para los pueblos

En este domingo cuando toda la Iglesia fija los ojos y la oración hacia las Iglesias jóvenes y hacia tantos misioneros y misioneras que trabajan en el anuncio de la fe, la Iglesia nos propone un lema muy sugerente: "La Palabra, luz para los pueblos". Es porque descubrimos que la Palabra de Dios es luz de nuestras vidas, que creemos que debe serlo también para todo el mundo. Debemos tener la inquietud de que a todos les llegue esta luz. Pueblos, naciones y culturas están todos llamados a dejarse purificar e iluminar por Jesucristo, la Palabra eterna del Padre y la Luz de las naciones. Él es "el único Mediador entre Dios y los hombres" (1 Tm 2,5).

¿Quién querría dejar en la ceguera a los que aún no han encontrado la luz? Nosotros sabemos por experiencia que si Jesús no nos ilumina, somos como ciegos. La escena evangélica del ciego de nacimiento (Jn 9) nos interpela. Jesús se acerca a aquel joven ciego de nacimiento y lo cura, lo pone en camino, y lo hace crecer, también a partir de las disputas con los que no quieren creer en Jesús, hasta que aquel ciego lo reconoce como Señor e "Hijo del hombre". La escena culmina cuando finalmente le dice: "¡Creo, Señor!" y le adora (Jn 9,38). Todo un proceso "misionero" que hoy, Día del Domund, es referente para la donación evangelizadora que toda la Iglesia debe acoger como su gran misión, en cada época y en cada situación humana. A todos debemos hacer llegar la luz de la fe. San Francisco Coll, que el pasado domingo el Papa canonizó en Roma, nos es un ejemplo cercano para no cansarnos nunca de ser misioneros, de dar testimonio, de amar, de hablar, de rezar y acompañar a quienes, cerca de nosotros, no creen o viven poco su fe.

Hoy oramos y acompañamos con nuestra oración y nuestra colecta a los misioneros de todo el mundo, para que no les falte nuestra compañía, interés, y comunión eclesial. Todos unidos formamos el Cuerpo de Cristo en la tierra, que sigue predicando, dando tenimonio y amando, "para que el mundo crea" (Jn 17,21).

Necesitamos tomar mayor conciencia de que, a semejanza de Jesús, el Hijo amado "a quien el Padre ha consagrado y enviado al mundo" (Jn 10,36), todos los que Dios ha llamado por el bautismo a la fe, y ha confirmado con el don del Espíritu Santo, también son consagrados y enviados al mundo. Esto vale para todo discípulo, y de forma especial para los sacerdotes y consagrados, llamados a seguir a Cristo más de cerca. Todos estamos vocacionados a acoger la Buena Nueva del Evangelio y anunciarlo con nuevo ardor.

El Santo Padre Benedicto XVI ha dicho recientemente: "Se trata de relanzar el espíritu misionero, no por miedo al futuro, sino porque la Iglesia es una realidad dinámica y el verdadero discípulo de Jesucristo disfruta transmitiendo gratuitamente a los demás su divina Palabra y compartiendo con ellos el amor que brota de su costado abierto en la cruz (...) Hay que convocar a todas las fuerzas vivas de las diócesis, para que caminen desde Cristo irradiando siempre la luz de su rostro, en particular a los hermanos que, quizás por sentirse poco valorados o no suficientemente atendidos en sus necesidades espirituales y materiales, buscan en otras experiencias religiosas, respuestas a sus inquietudes"(19.05.2009). Muchos buscan, aunque no siempre lo digan. Debemos saber mostrarles la riqueza que nosotros hemos encontrado y que vivimos. Este es el secreto y el convencimiento íntimo de la misión.