Pascua es Cristo Resucitado haciéndose Pan eucarístico (6)

La Vigilia pascual culmina en el momento en que partimos el pan eucarístico y lo comemos, después de invocar al Espíritu Santo creador y transformador sobre las ofrendas y sobre la Iglesia reunida en comunión y enviada a la misión: "El pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6,51). Es así como realmente viene el Señor Resucitado, el mismo que se apareció a los apóstoles, y que se nos "aparece" a nosotros ahora, y nos hace participar de su Vida nueva, ofrecida en sacrificio por todos. Pascua es el Pan vivo bajado del cielo, partido en la cruz para salvar al mundo, y para que el mundo tenga vida eterna. Es así como lo reconocieron los dos discípulos de Emaús, "cuando se hubo puesto con ellos a la mesa, tomó el pan, dijo la bendición, lo partió y se lo dio. En aquel momento se les abrieron los ojos y le reconocieron" (Lc 24,30-31). Es el Espíritu Santo quien nos ayuda a reconocer la presencia salvadora de Jesucristo en la celebración eucarística, y más concretamente bajo el velo del pan y del vino consagrados, que son realmente y contienen la totalidad de la persona de Jesucristo, hecha presencia bien real y amorosa.
Pascua es Eucaristía, y siempre que celebramos la Eucaristía, nuevamente es Pascua. Jesús se aparece a los apóstoles en el mismo Cenáculo dónde habían celebrado anticipadamente la Cena de la Nueva Alianza, y muchas apariciones tienen una comida de trasfondo o Cristo mismo les prepara el almuerzo o come con ellos. Los de Emaús lo reconocen al partir el Pan, que es Él mismo. Y la Cena será en lo sucesivo el memorial de su pasión, muerte y resurrección, cumplimiento del mandato del Señor y el Maestro: "haced esto en conmemoración mía" (Lc 22,19). En lo sucesivo, una comida ritual judía, que conmemoraba la liberación de la esclavitud de Egipto, quedará convertida en el memorial de una entrega misteriosa y grande, la del Hijo de Dios hecho realmente hombre, para que el mundo sea salvado. Cristo resucitado se da en el Cenáculo y se da en la Cruz, se da en la Cena y se da en el Altar. Y el Pan que comemos siempre es comunión con su sacrificio redentor. No lo podemos comer sin darnos también nosotros. Si lo comemos con fe, Cristo habita en nosotros y nosotros somos hechos miembros vivos de su Cuerpo: "Quien come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día... Quien come mi carne y bebe mi sangre, está en mí, y yo, en él" (Jn 6,54.56). ¿Qué don puede haber más grande que éste? ¿Qué nos podía regalar de mejor el Hijo de Dios hecho hombre? Comamos de este Pan y bebamos de este Cáliz, y viviremos por Él, viviremos con Él y viviremos en Él. ¡Viviremos siempre en la Pascua!
Especialmente cada domingo es Pascua, cuando celebramos la Eucaristía. No podemos dejar de valorar y de celebrar el encuentro eucarístico dominical que nos une a Cristo y entre nosotros, que eleva nuestra oración y la hace eficaz en la de Cristo, que alimenta nuestro compromiso de vida y nuestra fidelidad a las promesas del bautismo, que nos fortalece, nos reconcilia y nos hace vivir la gran alegría de la presencia del Señor Resucitado, como los discípulos que "se alegraron al ver al Señor" (Jn 20,20).
En esta Pascua "¡haz que ame, Señor, tu humilde presencia en la Eucaristía; que siempre la celebre con pureza de corazón, y me renueve en el amor comprometido y la comunión íntima contigo, mi Señor y mi todo!".