Pascua es la Iglesia reunida y enviada (5)

El gran fruto de la Pascua, que perdurará por el Espíritu que siempre la renueva, es el nacimiento y el envío de la Iglesia, la comunidad de los renacidos por el agua y el Espíritu Santo. Pascua debe conducirnos a una renovada estimación y fidelidad hacia la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Pueblo de Dios. La Iglesia nace de la Pascua, de aquel costado abierto de Cristo de donde manaron sangre y agua (Jn 19,34), signos de los sacramentos del bautismo y la Eucaristía, y del pie de la Cruz donde Jesús hace que se unan su Madre, y el discípulo que Jesús amaba (Jn 19,27), para que sean el germen de la nueva comunidad (o ekklesía) de los redimidos, reunidos por el Resucitado, que en Pentecostés, los envía a dar testimonio de la Resurrección en todo el mundo (Mt 28,19). Hasta hoy, de Pascua en Pascua, y como un nuevo prodigio de Pentecostés, las diferencias se encuentran en la unidad, y se extiende por toda la tierra el anuncio de la salvación. Dios recrea una comunidad nueva donde todos somos hermanos y donde todo lo tenemos en común, ya que está bien fundamentada por el Espíritu en el amor que viene de Dios y que aspira siempre a la plena comunión, la misma que hay en el interior de la Santísima Trinidad.
Si queremos encontrar a Cristo, tenemos que ir a encontrar a la Iglesia. Ella, en adelante, será su Cuerpo, por el que actuará y se hará presente en medio del mundo. "Saulo, Saulo, por qué me persigues?", Le revela Jesús a San Pablo en Damasco (Hch 9,4), para mostrar la identificación que hay entre Él y la Iglesia. En la Pascua tomamos mayor conciencia de que Cristo quiso que naciera la nueva Comunidad, como un nuevo pueblo de Israel, fundamentada en San Pedro y los Apóstoles, y que tiene al mismo Cristo por piedra angular. Jesús reúne la Iglesia y la hace una, santa, católica y apostólica, siempre llamada a la conversión, ya que la formamos pecadores. Él la sostiene y la hace santa, con su Cruz. ¡Qué alegría ser sus amigos! ¡Qué alegría ser templos vivos de su Espíritu y poseer su propia vida! ¡Cómo debemos agradecer, especialmente durante la Pascua, el poder formar parte de la Iglesia, donde recibimos todo lo mejor que somos y tenemos! ¡Cómo tenemos que amar a la Iglesia que nos da Cristo, su Palabra, sus sacramentos, y nos envía con su misma misión! "La Iglesia siempre cumple", exclamará la judía convertida Raíssa Maritain, el día de su bautismo.

En la Vigilia Pascual se restaura cada año el pueblo de los bautizados, que engendra a otros, que llenos de la Paz del Resucitado, son enviados a anunciar la esperanza que da la fe. Tomemos nueva conciencia de que cada uno de nosotros es un llamado sin méritos propios, que forma parte de la familia cristiana por un inmerecido don. Acojamos y dejémonos acoger por la Iglesia. Y seamos como los apóstoles en el Cenáculo, que, reunidos por Cristo mismo, perdonados y llenos del Espíritu Santo, son enviados como el Padre lo ha enviado a Él (Jn 20,21), con sus mismas fuerzas, y con su misma entrega hasta la cruz, dando la vida, lavando los pies, haciéndose pequeños, siendo verdaderos hermanos de todos, valorando los carismas que el Espíritu distribuye en el Cuerpo, y todo para alabanza y gloria de Dios.

En esta Pascua 2009 digamos con fe: "Señor, gracias por hacerme miembro de la gran familia de los hijos de Dios que es la Iglesia. ¡Que siempre te ame y te sirva como tú dispongas! Me entrego a ti para que me envíes donde tú quieras".