Una vez bendecida el agua que tiene que dar nueva vida a los hijos de Dios que serán bautizados en la Noche de Pascua o durante todo el tiempo pascual, la comunidad reunida renueva su fe en la verdad que Jesucristo nos ha revelado y que la Iglesia nos ha transmitido fielmente. El sacerdote nos exhorta a "renovar las promesas del bautismo, por las que en otro tiempo renunciamos a Satanás y a sus obras, y prometimos servir a Dios fielmente en la santa Iglesia Católica".
Y así es como, personalmente, respondemos con alegría y estremecimiento -porque ahora conocemos mejor las dificultades para ser fieles al Señor-, y con mucha esperanza, porque estamos convencidos de que el Espíritu del Resucitado nos seguirá ayudando en el camino del compromiso cristiano y de la fe: "¡Sí, renuncio!" y "¡Sí, creo!". Hay que renunciar de nuevo al mal y al pecado para poder vivir en la libertad de los hijos de Dios. Y hay que confesar la fe, para vivir salvados, para obtener la gracia más grande: ser hijos de Dios y saborear ya la vida eterna. San Pablo afirma: "Si con los labios confiesas que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le ha resucitado de entre los muertos, te salvarás. Quien cree de corazón, recibe la justicia; quien confiesa con los labios, obtiene la salvación" (Rom 10,9-10). Es Dios mismo quien hace posible la confesión de la fe, es el Espíritu Santo quien habla en nosotros, y nos abre el corazón para creer y esperar.
Pascua es fe, ciertamente. Aquella fe que recibimos de la Iglesia (padres, padrinos, catequistas, sacerdotes...) que nos ha ayudado, y nos ha estimulado. Y que las pruebas y dificultades, pecados y tibiezas, también han ayudado a crecer, a hacerse más fuerte, más audaz, más humilde, más entregada. El fundamento de toda nuestra fe es la Resurrección de Jesucristo de entre los muertos, por esto la fe siempre es fe pascual. No creemos en unas ideas, sino que creemos en una persona, Jesucristo, y por Él tenemos acceso a la Revelación divina. Lo ha dicho bellamente Benedicto XVI: " Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva."("Dios es amor" 1). ¡Creo, Señor, pero ayúdame a creer más y mejor, sin miedos ni cobardía!
Pascua es testimonio valiente. Los apóstoles y los discípulos, las mujeres, todos los que reciben la gracia de "ver" al Señor, quedan transformados y salen sin miedo y con valentía a testimoniar lo que han visto y oído. Pascua nos hace testigos suyos. No podemos callar, ni podemos dejar de proclamarlo bien alto. Todo ha cambiado desde la Resurrección, y vale la pena vivir siguiendo los pasos y el estilo de vida que propone Jesús, las Bienaventuranzas, como en Galilea. Así lo vemos en el día a día. Mientras nos acompaña, hasta el fin del mundo. Habrá que ser valientes y llevar su luz a todos los rincones de la existencia humana, para que todo quede acogido, curado, elevado y transfigurado. Esta es la raíz del compromiso cristiano de vida. Para que el mundo conozca a Cristo, crea en Él y le ame.
Esta Pascua le volvemos a decir, con los apóstoles: "Señor, ¿a quién iríamos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios "(Jn 6,69). Señor, haz que te conozca, que te ame y que sea siempre testigo valiente de tu Resurrección.