El futuro de la humanidad depende de la familia
Durante los ocho días después de la Navidad, la Iglesia celebra como una única gran fiesta el excelso Misterio de la Encarnación del Hijo de Dios en las entrañas de María Virgen, acogido y custodiado por su castísimo esposo S. José, y anunciado al mundo por los ángeles y los pastores. Y en este domingo quiere que contemplemos, para imitarlas, a estas tres personas, la Sagrada Familia, que en Belén, en Egipto huyendo de la persecución, y sobre todo durante los largos años de vida ordinaria en Nazaret, viven unidas, se complementan y respetan, se aman de verdad, y todo lo hacen según la voluntad misteriosa del Padre del cielo. Jesús mismo les ayudaba a entenderlo, como lo pone de manifiesto su respuesta, al ser encontrado en el templo: "¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre?" (Lc 2,49).
El hogar de Nazaret continúa iluminando a todas las familias de la tierra y a las de todos los tiempos, y nos atrae a la fe en Dios y al amor siempre más grande. El silencio, el trabajo, la oración y la vida cotidiana de un pequeño pueblo de Galilea y las fiestas religiosas que ritman el paso del año, la unión y solidaridad de una familia trabajadora, con la parentela larga que siempre se asocia, la comunión de amor en una misma misión y un mismo servicio... fueron el fundamento de esta Sagrada Familia de Nazaret. Hoy los imploramos para que ayuden a nuestras familias y a todas las familias de la tierra para que sean santuarios de la protección y custodia de la vida, y se conviertan en escuelas de virtudes, de valores y de amor comprometido.
El Concilio Vaticano II afirmó que "la familia es escuela del más rico humanismo" (GS 52), y el Papa Juan Pablo II invitaba hace años a amar la realidad familiar si Europa quería salir de su crisis demográfica, de valores y de futuro. Sin la familia se perdería el fundamento de la sociedad. Por ello existe el deber de protegerla y defenderla, de promover su valoración entre las jóvenes generaciones, y procurar que tenga el reconocimiento y las ayudas necesarias, que deben concretarse en auténticas políticas sociales. Especialmente en tiempos de crisis económica, cuando el paro afecta a tanta población, es necesario que sobre todo las familias puedan disfrutar de una ayuda y protección especiales.
En este Año por la vida que estamos celebrando debemos encomendar los matrimonios y las familias a Dios, para que los llene de bendiciones y de fecundidad. Y para que los gobiernos mantengan un compromiso firme de proteger la vida desde la concepción hasta la muerte natural, dejando de lado y allí donde convenga reduciendo, legislaciones permisivas hacia el aborto o la eutanasia. Entre todos debemos promover una educación respetuosa con toda vida, especialmente la de los más débiles y dependientes, porque es sagrada, llena de dignidad, y sólo Dios es el Señor de la vida.
También las familias tienen una responsabilidad en este Año Sacerdotal que celebramos. Debemos tomar conciencia de la relación entre la familia y todas las vocaciones, especialmente la vocación sacerdotal. Si tenemos familias generosas y firmes en las convicciones cristianas, se darán respuestas de amor entregado. Hay que rezar para que las familias ayuden a los jóvenes a plantearse la propia existencia como una respuesta a la vocación de Dios, respetando y ayudando a la respuesta generosa hacia la vocación al sacerdocio.